Hace unas pocas semanas he cumplido veinte años trabajando como periodista y me parece una buena excusa para lanzar al aire algunas reflexiones sobre el oficio. He tardado en empezar este artículo, porque ni quería caer en el fantasioso discurso sobre la labor imprescindible que hacemos de contrapeso del poder ni quería pintar un panorama tan oscuro que deje sin alumnos a mi compañera Belén Galletero, decana de la Facultad de Comunicación de la UCLM. Al final me he decidido por hacer lo que he hecho siempre: escribir la primera nota y esperar a ver hacia dónde me lleva la música.
Veinte años de carrera profesional son veinte años más de lo que se esperaba de mí, sobre todo por parte de aquella psicóloga educativa que dictó mi fracaso escolar en el instituto. De aquel diagnóstico prematuro aprendí a no rendirme ni delante del paredón y a usar como combustible los juicios de quienes me infravaloran. También adquirí el firme convencimiento de que, frente a quienes entienden la educación como un Juego del Calamar en el que tiene que caer gente por el camino para que el premio sea mayor para los que llegan, hay que defender un sistema que dé todas las oportunidades de formación que sean necesarias. En general, es mejor construir rampas que fosos.
Tuve que remontar seis décimas en la Selectividad para conseguir estudiar la carrera que más se parecía a mi vocación, que siempre fue emborronar libretas y aporrear teclas. Después, cogí un billete a Madrid que pensaba que sería solo de ida. Sin embargo, regresé pronto a Cuenca y ahora mismo no tengo ninguna intención de renunciar a la vida aquí, aunque no pueda disfrutar ni de los cafés en vasos de cartón ni de las actuaciones de Miguel Lago que te ofrece la capital del reino.
Debo reconocer que sí tengo clavada la espinita de saber si hubiera valido para trabajar en un medio nacional, pero a todos esos estudiantes que solo sueñan con los platós de Mediaset hay que decirles que, desde el periodismo local, se pueden contar historias universales y dejar huella en la comunidad. Además, los insultos y amenazas que recibes son los mismos, pero a menor escala, así que es más fácil sacudírselos.
No tengo intención de contar aquí mis veinte años de carrera, por falta de tiempo y porque algunas cosas todavía tienen que permanecer en el baúl cerrado con la llave de la confidencialidad. Resumiendo mucho, creo que puedo presumir de que he hecho lo que me da la gana prácticamente desde el primer día y eso es algo que tengo que agradecer a mis jefes y jefas. He trabajado con una libertad que no es frecuente ni en el periodismo ni en otras profesiones y eso me hace sentir privilegiado. Además, también me han respaldado cuando algún prócer con ínfulas de Reina de Corazones ha querido cobrarse mi cabeza, algo que habrá ocurrido seguramente más veces de las que me he enterado.
Creo que también puedo destacar de estos veinte años cosidos a retazos, como en la canción de Sabina, que he contado cuatro o cinco historias buenas y que he cubierto acontecimientos importantes y bastantes celebraciones, sobre todo en mi faceta de periodista deportivo que espero, algún día, poder lucir también en estas páginas. Y, en algunos casos, he logrado hacer un periodismo útil, que aporta y que importa, como quizás diría mi estimado José Miguel Carretero.
No creo, como Kapuscinski, que para ser periodista haya que ser buena persona, porque las redacciones están llenas de lo contrario, sobre todo ahora que el malismo está de moda. Sin embargo, puedo atestiguar que los compañeros y compañeras con quienes comparto oficio en esta ciudad son ejemplos a favor de la tesis del polaco. En Cuenca se hace buen periodismo, pese a las limitaciones y amenazas que sufre la profesión, como las plantillas exiguas y el pirateo desaprensivo de las IAs, entre otras muchas.
A mí me gusta decir que hacemos el mejor periodismo que nos podemos permitir. No es fácil en una profesión estrangulada, en la que el consumidor te pide que hagas cocina de autor mientras se atiborra a fast food. En un trabajo en el que te el lector te reclama que luches contra el poder, pero no está dispuesto a pagar tres euros mensuales para que puedas sufragar los gasto de la batalla. Pero lo intentamos. Sin medios y con pocos apoyos, pero lo intentamos.
Por otro lado, es cierto que la prensa debe vigilar a los poderes públicos, pero tampoco creo en la confrontación gratuita con ellos. En política, sobre todo en la municipal, hay mucha gente que verdaderamente quiere hacer cosas buenas por su tierra y el periodista tiene que ayudarles a difundirlas y, en su caso, a encauzarlas. En general, me gusta más el periodismo de escuchar que el de gritar, aunque dé más clics el segundo.
Contra lo que sí que hay que luchar siempre es contra el mal. Mi compañero Javier Romero, director de El Digital de Cuenca, la última cabecera que ha desembarcado en la ciudad, defendió en la presentación del medio que iban a practicar un periodismo que no es “ni de izquierdas, ni de derechas, sino de Cuenca”. Es una buena declaración de intenciones, pero creo que no puedo compartirla, porque también tenemos que enfrentarnos a nuestra ciudad si consideramos que no se está dirigiendo por el camino adecuado. Por ejemplo, si todos los conquenses dicen que hay que expulsar a nuestros vecinos extranjeros para garantizar la pureza de nuestra sangre, todos los conquenses me tendrán en contra.
FOTO: REBECA PASCUAL
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