Buenas noches a todas y a todos, gracias por acompañarnos en esta velada y gracias a la asociación de vecinos por concederme este honor a pesar de mi falta de elegancia y mis limitadas condiciones como orador. Supongo que entre los méritos que puedo acreditar para estar aquí, además de ser vecino, es que estamos celebrando la llegada del verano y me considero el más firme defensor de esta estación y su temperatura, frente a aquellos insensatos que añoran el invierno en cuanto hace un poco de calorcete. ¿Cuando te condenan al exilio a dónde te envían, a Siberia o a Copacabana? No hay más preguntas, señoría.
Quienes me conocéis sabéis que yo no soy mucho de patrias, pero soy bastante de barrios, entendidos estos no como la mera acumulación de gente que vive pared con pared, sino como una comunidad en la que los vecinos tejen, a veces inconscientemente, una red que da consistencia al territorio. Hacer barrio es comprar la carne en Caracena, la fruta en Soya y el periódico en la Maribel. Tomar un café en el Mangana, un gin tonic en la Edad de Oro y lo que surja donde Escutxi. Escuchar las lecciones de piano de tu vecino y acudir a los conciertos de Los Clásicos. Y que tus hijos jueguen con los hijos del edificio de enfrente en una placeta o en una zona infantil, algo que en este barrio está más complicado, porque apenas hay niños y parques infantiles.
A mí, que me altera profundamente que me cambien un mueble de sitio, la vida me ha castigado con una larga lista de mudanzas, aunque fundamentalmente he tenido dos barrios. El primero de ellos Casablanca, cerca de las vías, como en la canción de Fito, con la tristeza y la alegría viajando juntas en los trenes que hoy ya no pasan. Allí montamos un día una gacetilla, que aunque que no pasó del primer número, puede contarse como mi primera incursión en los medios de comunicación, y los pequeños del barrio organizamos una batida de limpieza y llamamos a la prensa para denunciar que por esta parte de la ciudad pasaban más veces al año los Reyes Magos que los barrenderos.
Si Casablanca fue el barrio de mi niñez, el Casco Antiguo ha sido el de mi madurez. Tras mis años de estudiante en Madrid desembarqué en la calle Canaleja, en una casa que encajaba con mi filosofía de vida, que tiene entre sus postulados que las líneas rectas están sobrevaloradas, que las grietas dicen más de la resistencia que de la fragilidad y que no cambio una madriguera discreta por una colmena de extrarradio, por mucha piscina comunitaria que tenga la segunda.
Después llegamos a San Juan, a una guarida incrustada en la roca, con flores y fauna variada. El ensayo general del fin del mundo nos pilló en su terraza, escuchando al río Huécar trepar hasta Palafox, aprovechando que el ruido de los motores también estaba confinado; y disfrutando de los atardeceres rojizos que colecciona el Hospital de Santiago. Si hacéis memoria, seguro que recordáis que el barrio fue importante para vosotros en aquellos días, ya sea para hacer la compra como para compartir miedos con el tendero.
Naturalmente, mi vida en el Casco comenzó mucho antes de venir a vivir aquí. He bebido, he amado y he escrito poesías en los miradores de ambas hoces. Eran días en los que me daba más vértigo la vida que las alturas y subía a estos nidos de águilas para convencerme a mí mismo de que hasta el problema más grande es pequeño si lo miras desde arriba. Los paisajes son tinta para el escritor, como bien sabía Federico Muelas cuando impulsó el acondicionamiento de El Jardín de los Poetas, que en paz descanse; y pintura para el artista, como descubrió Fernando Zóbel cuando vino a cambiar esta ciudad para siempre. La sabiduría espera al que sepa leer en la roca y el musgo que viste esta ciudad que no debería tener complejos frente a las ciudades que visten moda metalizada. Y, desde luego, no hay que tener envidia de sus prisas. Cuenca tiene vocación de tortuga y esa tiene que ser una virtud, no un defecto. Cuenca no es velocidad, es resistencia, la facultad que mi madre me ha enseñado a aplicar a todas las cosas. La que más valoro.
También os puedo contar que fue en un lugar del Casco Antiguo, en los Oblatos, ante el Medinaceli, cuando recé por última vez, para pedir la curación de mi abuelo enfermo. Como suele ocurrir con las oraciones, no funcionó, pero no puedo dejar de sentir que recorrer estas calles bajo el capuz es lo más parecido que hay a sentirse dentro de un lienzo o de una melodía y me siento orgulloso de poder contar cada año esta obra maestra que es la Semana Santa de Cuenca, como nazareno de canon y libreta.
Dejando de lado los sentimentalismos, ¡qué fiestas nos hemos pegado en este barrio, amigos y amigas! Desde los primeros jarabes de cebada de La Repos y las accidentadas litronas en el Circulito y las escaleras de San Miguel, donde siempre ponía en riesgo a los que se sentaban más abajo, al desenfreno de San Mateo, primero en el mirador de la Tabanqueta con los Tayudos y hoy con los templarios en San Pedro, menos asilvestrados y en un local con mejores condiciones higiénicas. Pilar y yo intentamos poner nuestro granito de arena a la jarana de este barrio con un garito que defendió a capa y espada la música en directo para disgusto del pobre Felipe, que nos dejaba hace unos pocos días. Nos costó salud y dinero, pero nunca olvidaremos el apoyo que tuvimos de Escutxi, de Edilio, de Cristian y Julio, de Rosa y Pablo, de toda la hostelería del barrio, y como recompensa el Ayuntamiento y las Peñas Mateas organizaron una verbena en la Plaza Mayor para celebrar el día de nuestra boda.
Hoy vivo en el Casco y aquí quiero quedarme si no me expulsan del barrio, e incluso de Cuenca, la falta de trabajo y los precios de los alquileres. Es la ciudad que enseñó mi padre durante décadas a miles de personas, una labor que hoy desempeñan mis hermanos con idéntico amor e imaginación y renovado entusiasmo. Los que vivimos aquí tenemos que ser conscientes de que tenemos la obligación de compartir este tesoro con quien quiera descubrirlo. No hay que ser hostil con el visitante y hay que desconfiar de algunas corrientes que abogan por abolir el turismo. Si lees entre líneas, lo que se está diciendo es que deberían viajar los de siempre, los ricos, y que los demás os tenéis que quedar en casa. Gran parte de lo que soy se lo debo a que mi madre nos animó a conocer el mundo, así que eso es lo que quiero para el resto de la gente.
Sin embargo, ser buen anfitrión no significa ser súbdito del turista. No permitáis que el visitante os imponga modas y os robe la identidad. Cuando puedes comer lo mismo, beber lo mismo, ver las mismas exposiciones y escuchar la misma música en Valencia y en Cuenca, al final la gente se va a Valencia. A los establecimientos os pido que seáis audaces, imaginativos y fieles a vuestra personalidad, porque el día que tengamos un Starbucks donde ahora tenemos la Taberna Jovi, todo habrá terminado.
A los vecinos también os pido generosidad con los visitantes y con los conquenses que solo vienen por este barrio en fiestas de guardar, porque esto es tan nuestro como de ellos; lo que no está reñido con ser reivindicativos y reclamar más limpieza y mejor transporte, ayudas al mantenimiento de los edificios y la estructura comercial del barrio, abogar por el mantenimiento de actividades administrativas en esta parte de la ciudad, pedir que haya áreas infantiles decentes o que se instalen en Cecilio Albendea ese par de mesas para jugar al ajedrez que me debe el compañero Adrián… Contad con vuestra asociación de vecinos para canalizar todas esas luchas que merecen la pena.
Casi para terminar, a los vecinos también os quiero pedir responsabilidad, sobre todo a quienes sois propietarios de viviendas. Alquilad vuestras casas a familias y a estudiantes, no os dejéis seducir por el dinero fácil de los pisos turísticos, que llenan las arcas, pero vacían el barrio. Sin vecinos, la gente vendrá a ver una ciudad fantasma, un decorado, una naturaleza muerta. Y, por otro lado, os quiero insistir en la importancia de que, en la medida de lo posible, consumáis en los comercios de vuestro barrio, porque en la prosperidad de estos negocios está también el futuro del Casco Antiguo de Cuenca.
Y con esto creo que ya está bien, llevo toda la semana amenazando con terminar el pregón con un Visca Barça, pero como no quiero parecer un ultra creo que lo cerraremos con un “¡Viva la asociación de vecinos del Casco y Feliz Solsticio!”. Muchas gracias.
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