Opinión Semana Santa

Huellas de Martes Santo

Ni las navidades, ni los cumpleaños, ni siquiera la fecha de tu muerte, harán que me acuerde de ti tanto como un Martes Santo. Y eso que hace ya mucho tiempo de la última vez que caminamos juntos al lado del Nazareno. Por fortuna, la memoria de cada Semana Santa queda escrita en la calzada del recorrido, de tal forma que estos días puedo visualizar el trazado de tus pisadas marcado por el peso del banzo y, a pocos metros, las mías, dibujadas por unos pies que se arrastran junto a los de mis hermanos.

Lo que más hay en una procesión, con mucha diferencia, son huellas, miles en cada desfile. Tenemos las que marcan el empedrado, algunas pertenecientes a pies descalzos, a carritos de bebé y a sillas de ruedas. Los nazarenos que vienen detrás pisan las de las hermandades precedentes y todas ellas recibirán un buen chorro de agua de los servicios de limpieza cuando termine la procesión. Puede que el jabón consiga borrar el rastro físico de nuestro caminar, pero nunca los pasos que hemos dado. Por eso, en ese océano de huellas, puedo encontrar sin dificultad las tuyas y las mías.

En una procesión hay además huellas que no se imprimen en el suelo, pero dejan marca en nuestro pecho. El nerviosismo de las esperas en San Felipe Neri. Oraciones desesperadas por el abuelo que se marcha. La confusión con los capuces que deja a uno de los hermanos con ojos en la frente. El banzo compartido con el primogénito. Las borlas deshilachadas. Una bronca que se masca bajo el capuz. El bocata en la anteplaza. Las miradas hacia atrás para ver a la imagen tomar la curva de la Audiencia. La fuga de la procesión en el reloj de Notario. El gasto. El frío que cala los huesos tras cerrar la procesión en los Oblatos. Pequeñas historias en morado y grana, unas veces en torno a ilustres sagas familiares y otras sobre familias desestructuradas, pero casi siempre compartidas de padres a hijos, un legado que nadie te puede arrebatar.

Es Martes Santo y vuelvo a encontrarme con Jesús de Medinaceli, que seguro que también se acuerda de ti, porque tus huellas han sido sus huellas. Es el único que falta por darme el pésame y, cuando lo haga, no sé si podré aguantar su mirada sin derramar una lágrima.

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