Semana Santa

Lunes Santo de introspección y frío en la Semana Santa de Cuenca

Lunes Santo de introspección en torno a siete palabras terminales que, después de todo, terminaban en puntos suspensivos. Lunes en el que nos unimos a las filas de la procesión que va por dentro, como la que se celebra en el interior de la Catedral, junto a la misa oficiada por el  obispo, antes de que la Veracruz tiña de luto las calles de Cuenca.

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A las diez y media de la noche el Crucificado salía del templo conquense. Su mirada a punto de apagarse todavía tiene fuerzas para ver la multitud que le recibe en la Plaza Mayor; numerosa, pero lejos del aforo de otras citas de la Semana Santa conquense. En un suspiro se formaron las filas y el obispo de Cuenca, José María Yanguas,  que posiblemente está afrontando su última Semana Santa como máximo representante de esta Diócesis, reflexionó lsobre la primera palabra.

“Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. El primer mensaje de Jesús martirizado es para rogar clemencia por los pecados de otros y en torno a ese gesto Yanguas observa que “pena y castigos van unidos, pero no son lo mismo” y que el pecado cometido no se borra con el perdón.

El cortejo se puso en marcha empujado por una oración tan poderosa que se imponía al murmullo de los espectadores. Hace frío en el pasado, nos advirtió Joan Margarit, y quizás por eso helaba en la noche de esta procesión de pelaje primitivo.

Tras los arcos del Ayuntamiento, se encontraba la segunda palabra: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. El predicador Fernando Ruiz transmitió en esta estación su dicha por estar al lado del Cristo de la Vera Cruz del mismo modo que Dimas, el buen ladrón, acompañó a Jesús hasta el otro lado: “¡Cristo de la Vera Cruz, qué bonito estar a tu lado!”, proclamó el hermano, convencido de que Jesús le guiará por buenos caminos hasta el final de los días.

La procesión bajó por Alfonso VIII entre luces que tiritaban, siguiendo un rastro de campanadas que le lleva hasta San Felipe, donde Guillermo Latorre comentó el infinito acto de amor que alberga la tercera palabra: ”¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!”. Al hermano este gesto le hace recordar la importancia de nuestros seres queridos.

Al finalizar Andrés de Cabrera la penitencia se adentró en oscuras callejuelas del casco. Las velas de los nazarenos iluminaban la angosta calle del Peso para indicar a Cristo el camino a la cuarta palabra: ¡Padre, por qué me has abandonado”. En San Andrés, la hermana Amparo Bodoque habló sobre distintos sufrimientos contemporáneos, como el de los jóvenes o el de los cristianos perseguidos.

El cortejo descendió con parsimonia por Solera y, a las purtas de El Salvador, el hermano Jaime Muñoz hizo referencias a la madre la madre Teresa de Calcuta , a aquellas personas a las que les falta el agua para vivir “mientras se sigue contaminando y estropeando nuestra casa común” cuando meditó sobre la quinta palabra: ‘Tengo sed’.

La procesión de la Vera Cruz completó su descenso e hizo su sexta escala en las Concepcionistas, donde Marifé Moral caviló sobre la sexta palabra “Todo está cumplido”, en la que se autoinculpó del sufrimiento del hombre que está a punto de expirar por los pecados de toos. Apretaba el frío en la Puerta el Valencia y el Coro Alonso Lobo trató de apaciguarlo con sus voces templadas.

San Esteban es el escenario de la última estación de esta procesión penitencial. Antonio Fernández, vicario general del obispado, reflexiona sobre la última palabra, en la que Jesús, tras haberlo entregado todo en este recorrido hacia la muerte, pone lo último que le queda, su espíritu, a disposición del Padre.

Los banceros guardaron al Cristo de la Veracruz en el interior de San Esteban y el canto del Miserere cerró el Lunes Santo conquense. A la procesión que va por dentro le quedaba un rato, porque para regresar a casa queddaba desandar sobre las huellas de los pensamientos que había dejado la velada.

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