Opinión

Europa reduce emisiones, el planeta arde: la paradoja de la lucha climática

El verano de este año ha vuelto a dejar en evidencia una paradoja incómoda: mientras Europa intensifica sus compromisos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, el resto del planeta avanza a un ritmo desigual, cuando no contrario, en la lucha contra el cambio climático. El resultado es una sensación de desproporción entre los sacrificios que realizan algunos países y el impacto global de unas medidas que, por sí solas, resultan insuficientes para contener la emergencia climática.

El verano de 2025 ha dejado imágenes que se repiten con una frecuencia inquietante: miles de hectáreas calcinadas en Castilla-León, Galicia, Extremadura y Asturias, incendios devastadores en Francia,  Grecia y Turquía, los bosques boreales de Canadá ardiendo de nuevo y hasta Hawai repitiendo la tragedia de Lahaina. La realidad es que el planeta se está calentando más rápido de lo que las políticas internacionales son capaces de frenar, y España vuelve a estar en primera línea de un fenómeno que ya no es excepcional, sino estructural.

Europa frente al espejo global

La Unión Europea, con cerca de 450 millones de habitantes, es responsable de alrededor del 7% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de ese 7% España aporta la décima parte un 0,7% . Su aportación al cambio climático se ha reducido de manera constante en las últimas tres décadas: según Eurostat, las emisiones netas de la UE en 2023 fueron un 30% inferiores a las de 1990, a pesar de un crecimiento económico y demográfico sostenido.

En cambio, el panorama global es otro: China, con un 29% de las emisiones mundiales, continúa ampliando su parque de centrales de carbón, pese a liderar al mismo tiempo en energías renovables. Estados Unidos representa alrededor del 13% y mantiene un consumo intensivo de petróleo y gas. India, con un peso creciente, supera ya el 7%, y junto a Rusia, Brasil e Indonesia concentra buena parte del incremento neto de emisiones. En total, los países emergentes y las grandes potencias no europeas superan el 80% del total mundial. Europa, que ya ha reducido en casi un 30% sus emisiones desde 1990, apenas compensa el crecimiento desbocado de otras economías que siguen dependiendo de los combustibles fósiles.

Dicho de otro modo: aunque Europa llegara mañana mismo a las emisiones cero, el planeta seguiría aumentando su temperatura si los principales emisores no cambian de rumbo.

Políticas estrictas, eficacia limitada

Europa ha apostado por un Pacto Verde que marca objetivos de neutralidad climática en 2050, la eliminación progresiva de motores de combustión en 2035 y un mercado de derechos de emisión que grava a las industrias más contaminantes. Estas medidas suponen un cambio profundo en el modelo energético, industrial y de consumo.

Sin embargo, su impacto global es limitado. La eficacia real de estas políticas depende de que sean replicadas en otros continentes. De lo contrario, se corre el riesgo de que Europa soporte los costes sociales y económicos de la transición —energía más cara, restricciones en transporte, reconversión de sectores industriales— sin lograr frenar el calentamiento.

A ello se suma un riesgo político: el desencanto ciudadano. ¿Qué sentido tiene que un agricultor español reduzca fertilizantes o que un transportista cambie su camión por uno eléctrico si, al otro lado del mundo, la deforestación amazónica o la expansión de minas de carbón multiplican las emisiones?

El vínculo con los incendios

La ciencia es clara: el cambio climático multiplica la intensidad y la frecuencia de los incendios forestales. En España, la AEMET confirma que el verano de 2025 se situó entre los tres más cálidos desde que hay registros. Sequías prolongadas, olas de calor cada vez más tempranas y una humedad del suelo en mínimos históricos convierten nuestros bosques en material inflamable.

No se trata solo de España: Canadá perdió en 2023 más de 18 millones de hectáreas forestales por el fuego, una cifra inédita. En Grecia, más de 20.000 personas fueron evacuadas el pasado mes de julio. En California, el verano volvió a ser sinónimo de evacuaciones masivas. El patrón es global, y tiene una raíz común: un planeta que se recalienta.

Conclusión: un problema planetario

El contraste entre la contribución real de Europa al problema y los efectos que sufre en primera persona debería servir como lección política. Europa sola no puede apagar el fuego del mundo. Las emisiones no entienden de fronteras, y los incendios que este verano han devorado España, Francia, EEUU, Grecia, Canadá  o Australia son la consecuencia directa de una descoordinación internacional que amenaza con convertir la emergencia climática en una carrera perdida.

La respuesta debe ser planetaria: sin compromisos efectivos de los grandes emisores, los sacrificios europeos serán insuficientes. Mientras tanto, los veranos seguirán ardiendo, recordándonos que el cambio climático no distingue entre quienes contaminan más y quienes intentan reducir.

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