El Momento, con mayúscula, estaba el sábado en el estadio de La Fuensanta. Habrá otros, puede que algunos más grandes, pero el que vivieron los más de 2.000 espectadores que vieron a Robe en Cuenca, además de ser irrepetible, es de los que dejan huella.
Un concierto de Robe es una travesía en un viejo galeón, uno de esos que crepita cuando atraviesa las olas, se revuelve desafiante a su destino contra la tempestad y se vuelve fantasma cuando navega bajo la luna llena. La nave se mueve gracias a la distorsión de la guitarra, hilo de Ariadna del espectáculo. Es cemento para construir temas orquestales sin más materia prima que un violín, pero también es una taladradora que permite perforar la tierra para explorar los infiernos guiados por un rapsoda que ilumina el camino con la luz de su pecho. La voz de Robe, ese poeta que lleva décadas arañando nuestras almas, marca el rumbo de una travesía emocionante y transformadora.
El artista de Plasencia invita desde el inicio del concierto a empaparse de la música y dejarse llevar por ella sin caer en distracciones. Es llamativo que en esta actuación se vieran entre el público menos móviles en alto que en otros. El músico, un cruzado del Carpe Diem, quiere que la gente tenga todos sus sentidos en el escenario. Muchos le hicieron caso en Cuenca y eso ayuda a conectar con su propuesta única.
En la primera parte, Robe desgranó canciones de sus primeros discos en solitario. Temas largos, con cambios de ritmo, poéticos y cosidos con violín, piano y saxo. Entre medias introdujo alguna canción de su etapa de Extremoduro, como Si te vas o No me calientes que me hundo. El artista tiene un fondo de armario de canciones que le permite elegir qué ponerse cada noche, pero además se dio el capricho de interpretar una canción inédita, fiel a su convencimiento de que la noche en Cuenca tenía que ser única.
Tras el descanso de media hora, el grupo interpretó del tirón, como si fuera una única canción, su último disco, Mayéutica. Fueron casi tres cuartos de hora de embriaguez poética, baile salvaje, distorsión, coros metaleros… Alta cocina del rock transgresivo ejecutada por una banda tan precisa como imaginativa.
Había que cerrar la fiesta por todo lo alto y Robe se sacó de la chistera el Jesucristo García de Extremoduro, en una versión extendida y con largos solos, para terminar de poner patas arriba La Fuensanta. Puta y Ama, ama, ama y ensancha el alma permitieron al público poner el colofón con su garganta a esta velada que hoy es un concierto de San Julián, pero pasará a la historia como el Concierto de Robe en Cuenca del 22.
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