Opinión

La destrucción del tren

La destrucción del tren regional fue la señal para que la Junta de Castilla-La Mancha utilizando al alcalde de Cuenca, Darío Dolz, comenzara su estrategia miserable de demolición. Después de la arremetida contra el tren, han pasado al derribo de las fachadas de edificios, sujetos a la protección del Plan especial del casco antiguo.

Quizás el alcalde, firmante del protocolo con Adif para desmantelar el ferrocarril, siga el dictado de los asesores técnicos. Y cunde la sospecha de que quienes le asesoran prefieren destruir, dejando un buen solar que permita especular fabricando más viviendas con garaje y ascensor.

Por eso arrasan con las edificaciones antiguas, al igual que planearon hacer con el tren. Nada de reparaciones, ni reformas respetando las fachadas, porque son paños calientes. La fórmula ideal es la adoptada para el tren regional, es decir, la destrucción en vez de la renovación de una línea férrea con viaductos espectaculares como son los de Arenales, Mira, Torres-Quevedo, Los Imposibles, Hocecillas, Cabriel y San Jorge.

Aunque suene terrible, hay indicios para creer que se ha renunciado a un mantenimiento serio del patrimonio. Por lo tanto, salvo la catedral, la torre de Mangana, el consistorio, el puente de San Pablo, algún convento, las casas colgadas y algún museo, permitirán que se arruine todo, para favorecer los pelotazos urbanísticos.

Siempre habrá personas estrafalarias que protesten contra la ruina provocada y la demolición salvaje. Pero serán pocas y aunque se movilicen nadie las hará caso. Eventualmente, el grupo municipal de Cuenca en Marcha alzará la voz en el ayuntamiento contra la tropelía y presentará alegaciones por escrito, pero tampoco hay que echarles cuenta, porque están en minoría. Aquí lo más importante es que el alcalde del PSOE y su aliado de Cuenca nos Une, tengan el apoyo de Emiliano García-Page, la Diputación, la CEOE y demás ediles del Ayuntamiento de Cuenca.

Inevitablemente, el Plan oculto contra el Casco antiguo de Cuenca aniquilará la vida comunitaria, provocará desarraigo de residentes y sensación de inseguridad personal; también puede ocasionar ansiedad, depresión y resultar mortífero. Pero no hay nada que temer, porque en estos tiempos de individualismo rampante, cada cual va a lo suyo, la solidaridad está desacreditada y rigen valores ligados a la eficiencia, la productividad y utilidad.

Así que, aunque el ferrocarril regional Aranjuez-Cuenca-Valencia sea un bien cultural que discurre por viaductos imposibles en parajes maravillosos y los edificios antiguos sean hermosos y de gran valor patrimonial, la ciudadanía tiene que aceptar la programada demolición del tren y los edificios, porque son bienes ruinosos, ineficientes y carecen de rentabilidad.

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