Opinión

Busquemos la paz

Hoy en día la sociedad parece vivir atrapada en un debate constante sobre los símbolos: banderas, escudos y gestos que, lejos de unirnos, muchas veces sirven como arma arrojadiza para dividir y enfrentar. Hay quienes juzgan de inmediato una bandera utilizada en el franquismo, y otros, con idéntica rapidez, justifican la exhibición de una bandera con el símbolo de ETA. ¿Por qué esa doble vara de medir? ¿Quien lo legitima? ¿Hasta qué punto el pasado de un persona o de un país puede seguir marcando su presente y su futuro? 

El Peso y el Poder de los Símbolos
Nos resulta muy sencillo atacar a los símbolos, porque criticarlos no exige comprender la complejidad de lo que representan. Pero olvidamos que los símbolos, por sí mismos, no tienen el poder de herir: lo tienen las personas, sus actos y sus decisiones, por lo que atacar o defender símbolos de manera selectiva solo perpetúa el rencor y el enfrentamiento y pretende desviar el foco de los verdaderos problemas —corrupción, desigualdades sociales, falta de oportunidades y proceso complejo de disgregación nacional-. 

Hipocresías Cotidianas en la Política
No es extraño ver a personas, antaño relacionadas de forma directa o indirecta con entornos polémicos, ocupando cargos de alta responsabilidad y representación en el Congreso tras procesos políticos llenos de contradicciones. Son las reglas del juego, y como ciudadanos, muchas veces somos espectadores impotentes de cómo el poder justifica lo injustificable cuando le conviene.

Mientras tanto, hay personas sencillas y trabajadoras, concejales de pueblo, señaladas o despreciadas solo porque en un momento de su vida fueron grabados junto a símbolos que forman parte de la historia, algo que en sí mismo, ya no pertenece a una ideología actual concreta, porque forma parte del pasado, de la historia y nadie, ni si quiera un partido político,  puede apropiarse de valores, gestos o palabras que forman parte del patrimonio de todos. 

Orgullo y Lucha de la gente de bien 
En este escenario de manipulación y ruido, ¿dónde quedan los ciudadanos honestos, trabajadores, los auténticos españoles de bien? Los que cada día remamos para sostener a nuestras familias y comunidades. Los que no nos dejamos llevar por eslóganes vacíos ni por discursos plagados de odio, sino que defendemos la verdad y el esfuerzo con hechos. Los símbolos de todos se ensucian cuando se hace apropiación política de ellos. Ni el brindis de los tercios es propiedad cultural de ningún partido político, ni el Águila de San Juan lo era del franquismo, ni la bandera de España es un trapo donde volcar frustraciones. 

Por la Unidad de los españoles. 
Me rebelo ante la mentira, la manipulación y el doble rasero. Entiendo perfectamente el sentir de orgullo de muchas personas al decir “Arriba España”, no por nostalgia de un pasado conflictivo, sino porque creo firmemente que los que más merecen estar arriba son los españoles honestos, trabajadores y solidarios. Los que hacen patria, con sacrificio y esperanza. Los que creen que los territorios más perjudicados de nuestra nación también merecen prosperar y ser escuchados. Los que se presentan a la concejalía de un pueblo para ayudarle a crecer. Contra estas personas no se debe ir nunca porque son la base de nuestra democracia y de un trabajo que no tiene remuneración económica pero sí un valor incalculable. 

En este artículo reivindico el libre derecho a sentir y expresar nuestras raíces históricas, tradiciones y símbolos legales con dignidad, sin miedo ni complejos. Porque solo desde el respeto y la coherencia podemos aspirar a un país más justo, unido y libre de hipocresías. Arriba por tanto los españoles piensen lo que piensen, mientras se respeten,y abajo los que se benefician de la corrupción, arriba los que luchamos día a día y en silencio, por sacar adelante nuestras vidas con igualdad de derechos entre unos territorios y otros. 

Ahora que estamos en un momento en el que se palpa muy latente un posible cambio de modelo nacional, busquemos lo que más nos interesa a los gobernados, el equilibrio territorial entre unas regiones y otras, entre lo rural y lo urbano, para que nadie salga perdiendo. Busquemos la paz. 

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