Cerca de unos cuarenta vecinos de Villa Román se desplazaron este sábado hasta Masanasa para participar en las tareas de limpieza del municipio valenciano y asistir a los más necesitados.
Dicen que los españoles somos los más solidarios cuando se trata de atender a los necesitados en una catástrofe y probablemente los primeros en acudir a la llamada de auxilio. Dicen también que somos los primeros en olvidarnos. Aunque, a tenor de lo visto este sábado en la zona cero de la desgracia, los españoles, y más concretamente los conquenses, estamos dispuestos a desbaratar esa tesis que carece de pies ni cabeza.
Cerca de unos cuarenta vecinos de Villa Román, de la Asociación Los Ríos, quisieron aportar su granito de arena -que mal queda esta reflexión cuando se trata de retirar barro- con tal de que los vecinos de Masanasa recuperen cuanto antes su normalidad. Para empezar, desde otra barriada como las Quinientas, y en el Bar Susi, se recogieron una gran cantidad de material (ropa, productos de limpieza e higiene, pañales para bebés, alimentos, etc) para trasladarlo hasta esta población situada en una de las zonas más afectadas, junto al centro comercial de Alfafar y atravesada por la temible rambla del Poyo que sesgó tantas vidas. Aquí, en este municipio camino de la pista de Silla, el número de muertos se eleva a, al menos,17 personas. Lo que da cuenta de que el temporal se cebó y mostró su extrema virulencia en esta zona.
Tareas de los voluntarios conquenses
Llegar hasta Masanasa desde Cuenca fue ciertamente una tarea osada, si bien fue bajar del autobús -gracias a la pericia del conductor- para sumarse a una cantidad ingente de voluntarios llegados de todos los rincones de España, que se adentraban en la zona cero del municipio por la calle de la sequía -pésimo nombre para una calle inundada de barro-. En la rotonda de acceso, Adrián, un joven con ocho brazos y muchísima paciencia, recogía, ordenaba y añadía a lo existente, todo lo que los conquenses llevaban ya debidamente colocado.
Las imágenes son dantescas, el olor del ambiente se hace rancio y en ocasiones irrespirable, y el barro hecho polvo en suspensión se mete hasta los pulmones. Los coches se apilan unos sobre otros, anegados y moldeados como plastilina por el agua caprichosa. Los voluntarios caminan acompasados y deambulan de un lado hacia otro, como si llevasen meses sin salir de esta pesadilla. Ha pasado un tsunami, es un estado de sitio, una alucinación sacada de la peor de las contiendas bélicas. Es harto difícil aguantar la emoción y retener una sola lágrima.
Los conquenses se dan prisa para ayudar allí donde más se precisa. Unos cogen palas y cepillos para retirar los tres palmos largos de barro líquido que aún se acumula en algunas zonas. Otros empiezan a portear productos de limpieza, lejía, estropajos… lo que más se necesita, dicen en uno de los puntos de recogida intermedios, es detergente para lavar la ropa. Cientos de voluntarios, militares, personal sanitario y vecinos se afanan o descansan a turnos para continuar, en algunos casos al unísono, y retirar el barro hacia las alcantarillas saturadas.
En este caos ordenado, en esta anarquía metódica, a algunos voluntarios de Villa Román se les ha encomendado llevar en carretillas cajas con bocadillos calientes para los mayores que viven en uno de los barrios más afectados, junto al barranco cuya agua superó su altura y anegó las calles con varios metros de altura. No hay consuelo para ellos, pero agradecen el gesto a pesar de que seguramente llevan comiendo lomo, salchichas o morcilla todos los días de la semana. “Dios os lo pague. Muchas gracias por acordaros de nosotros. Gracias por venir a ayudarnos”, dicen con la poca sonrisa que les queda.
Preguntan de dónde venimos. “De Cuenca”, decimos orgullosos. “Madre mía. ¿Habéis venido desde Cuenca?”, se sorprenden.
Por la calle principal circula un coche que reparte cajitas de fresas de sabor exquisito entre los voluntarios, para que endulcen su ya de por sí disgusto amargo. A pesar de la gran cantidad de seres humanos dispuestos a ayudar, faltan manos. La ayuda en material es muchísima, pero la sensación es que no hay de nada.
Entre la desolación, los de Cuenca, sin que tuvieran órdenes o alguien que les dirigiese, se han vuelto a reunir en la carpa amarilla de la asociación sociosanitaria DyA (Detente y Ayuda). Aún se hará un último servicio, recopilando la gran cantidad de material y clasificándolo en cajas para que se guarde convenientemente en el polideportivo de la localidad. No hay más satisfacción para todos que procurar que la ayuda pueda llegar a todo el que la pida antes de regresar.
Eso sí, el auxilio no debe quedar aquí. Los que lo han perdido todo necesitarán en las próximas semanas mobiliario, enseres de uso cotidiano, artículos de primerísima necesidad, material escolar, besos y abrazos y mucha paciencia para asumir todo lo que les ha pasado.
UNA COLABORACIÓN DE JONATAN LÓPEZ PARA ENCIENDE CUENCA
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