El color del Viernes Santo de Cuenca se funde a negro en la procesión del Santo Entierro. Incluso en los momentos más difíciles de la tragedia representada en las calles de Cuenca durante toda la jornada había luz, movimiento y sonido. En la última procesión del día la ciudad se apaga y la Cruz Desnuda representa el vacío que nos queda tras la fatalidad.
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Es masiva la presencia de los conquenses en esta Santo Entierro en el que se despide el Cristo Yacente de Marco Pérez, que sale de la Catedral con el himno de España y es recibido con honores funeral de Estado. Por ese motivo hay en las filas una nutrida representación de la Corporación Municipal y Provincial y de candidatos a formar parte de alguna de estas instituciones tras las elecciones de mayo.
El obispo de Cuenca, José María Yanguas, lidera la representación eclesiástica en este cortejo fúnebre en el que participan nazarenos de diferentes hermandades, así como del Cabildo de Caballeros y Escuderos de Cuenca, de blanco inmaculado, y las enlutadas manolas.
A pesar de la gran cantidad de gente reunida, un respetuoso silencio predomina en la Plaza Mayor en el comienzo del desfile. Es en el momento en el que la Virgen de la Soledad sale a la calle cuando la Banda Municipal de Cuenca se pone en marcha para caminar a su lado en este funeral en movimiento.
Tras el pésame multitudinario de la Plaza Mayor, la procesión del Santo Entierro comenzó su descenso. El Coro del Conservatorio recuperó en San Felipe un antiguo para la Cruz Desnuda, ‘O Crux, ave’. El Miserere quedó reservado para el Yacente y a la madre se le cantó ‘Mater Dolorosa’.
La procesión descendió por Andrés de Cabrera, San Juan y Palafox con la banda municipal del maestro Aguilar como paño de lágrimas. El goteo constante de público fue creciendo a medida que el desfile se aproximaba al centro de la ciudad.
El paso de la comitiva fúnebre en Los Tintes, con el río Huécar desfilando en paralelo, invita a la meditación sobre el curso de nuestra existencia y hacia donde desemboca. Una manera de verlo es la de Jorge Manrique: nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Otra es la que propone Izer Sarajlic, que considera que lo último que nos espera no puede ser nuestra muerte porque los deseos de nuestra sangre tienen que continuar en alguna parte. El caso es que, cuando la procesión del Santo Entierro llega al Salvador, en el luto ha brotado la esperanza de que todo esto todavía no ha terminado.
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