Semana Santa

El caluroso abrazo y sentido pésame de la Cuenca nazarena

“Observar atentamente es recordar distintamente”, dijo el escritor Edgard Allan Poe. Eso es, precisamente, la premisa de los fieles y devotos nazarenos conquenses que participaron en la procesión ‘En el Calvario’ de este viernes por la tarde: Recordar de una manera especial aquello que ya caló bien hondo en el corazón de nuestros padres. Ese es el corazón de los conquenses: distinto, cálido y fogoso como la temperatura reinante; triste como la estampa de la afligida Virgen María por la pérdida de su hijo Jesucristo; alegre como la esperanza de la Resurrección.

PUEDES VER LA VIDEOCRÓNICA EN ESTE ENLACE

Cuenta el relato bíblico que justo en el último suspiro del Redentor, en la última exhalación de aire, el cielo se ennegreció. El sol se oscureció de repente y un temblor anunció la universal noticia, el fallecimiento de El Salvador. Nada tendrá que ver este radiante y soleado Viernes Santo conquense con aquella aciaga fecha. Todo lo contrario. Cuenca recordó con extraordinaria participación la honda tradición, que rememora el sufrimiento de Aquel que dio la vida por la Humanidad. 

Con exquisita puntualidad, asomaron por la puerta de la Iglesia de San Esteban los pasos de la Venerable Hermandad del Santísimo Cristo del Perdón y de la Muy Ilustre, Antigua y Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud. A ‘La Exaltación’ y a ‘El Descendimiento’, ambas tallas de Marco Pérez, se les unió una tercera del imaginero conquense en pocos minutos.

La salida de los pasos de la Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias en el Monasterio de las Concepcionistas Franciscanas de la Puerta Valencia, ‘El Cristo Descendido’ y la ‘Virgen de las Angustias’, corroboraron lo que a esas horas de la mañana ya era un hecho: la Cuenca nazarena había despertado con los primeros albores de la mañana para vivir un año más el último aliento de Cristo en este mundo terrenal y acompañar a su afligida madre, la Virgen, en un escenario único para hacerlo. Y es que las rampas sinuosas de Alonso de Ojeda bien pudieran ser ese Calvario retorcido, lleno de aristas y puntas que se clavan en lo más profundo del alma. ¿Qué puede haber más doloroso para una madre que perder a un hijo?

Al cortejo procesional se unieron en la Iglesia de El Salvador la Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía, con sus preciosistas pasos del ‘Cristo de Marfil’ y la talla homónima de Coullaut-Valera, y la venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Luz, con ‘La Lanzada’ y el ‘Cristo de los Espejos’.

Hacia el ‘Gólgota’ conquense. En este ascenso simulado hacia los cielos que atraviesa  el ‘Gólgota’ conquense, las tallas de excelente manufactura brillaban por sí solas, sin apenas necesitar los intensos rayos de sol y luz. No solo se trataba del termómetro. Varias circunstancias añadían calor, y sobre todo pasión, al épico momento. 

¿Cómo no mencionar la alta participación de jóvenes de todas las edades, de niños, bebés y nazarenos de tierna infancia? ¿Cómo no alabar el modélico comportamiento y la exquisita educación de quienes participaron en el desfile? En este crisol donde se mezclan fervor, veneración y tradición a partes iguales, los conquenses que prefirieron asistir al desfile a resguardarse de la canícula vieron colmadas sus expectativas. La procesión ascendía hasta la Plaza Mayor, recinto donde esperaba con anhelo una gran muchedumbre respestuosa la llegada del desfile. 

Pasadas las tres de la tarde ‘La Exaltación’, acompañada por la Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías, cruzaba la virtual frontera que separa lo terrenal de lo celestial. Solo es una línea imaginaria entre el trazado sinuoso y empedrado que sufren los banceros y la llegada reconfortante a una meta ideal. Con la imagen imponente de la Catedral dedicada a Santa María y San Julián como telón de fondo, el calor se había convertido en auténtico ardor que expelían por todos los costados los allí presentes. No, no solo se trataban de fieles conquenses. También asistían a la representación vívida del Calvario visitantes y turistas nacionales y extranjeros, de varias nacionalidades, que quisieron presenciar el buen latido que tiene el corazón de esta Semana Santa. 

Entró la Virgen de las Angustias en el foro conquense y se hizo el silencio. Sobria, perpetua, perenne talla que aúna a fervorosos hermanos conquenses, que encarna todo el dolor de la Virgen cuando piadosamente recogió en su seno a su hijo Jesús, sin vida, inerte, para ayudarle en el tránsito hacia la resurrección. Un sufrimiento desmedido que sienten muchos de sus fieles en sus propias carnes y que se transforma en lágrimas de emoción. 

La llegada a la Plaza Mayor se completó con una de esas imágenes que quedan grabadas a perpetuidad en la retina. La Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías acompañó la entrada de la Virgen de las Angustias en el Obispado. Allí esperaba el prelado conquense, Don José María Yanguas, obispo de Cuenca, quien recibía el dolor de Santa María, Madre de Dios, y mitigaba de alguna manera el sufrimiento físico de sus banceros. 

El sinuoso descenso y la alineación de los astros. Cerca de las 16,30 horas, el desfile volvía a retomar su camino con un descenso que se aceleró para tratar de cumplir escrupulosamente con el horario. Las filas de los hermanos del Cristo del Perdón y la Agonía se alargaban por Alfonso VIII hasta San Felipe. Allí, el Coro del Conservatorio de Música de Cuenca entonó el tradicional ‘Misereré’ a las imágenes, antes de que comenzarán a serpentear por las quebradas curvas de la Audiencia. La Banda Municipal de Las Pedroñeras interpretaba el ‘Mater Mea’ para el Santísimo Cristo de la Agonía y La Banda Municipal de las Mesas dedicaba ‘Caridad del Guadalquivir’ a ‘El Descendimiento’. 

La tarde poco a poco iba desplomándose, como así lo hacían las temperaturas. Esta vez, miles de personas se apostaban desde el Puente de la Trinidad, con ropa de abrigo, para contemplar un descenso calmado, pausado, de aflicción y hondo sentimiento, que personifica al Redentor crucificado que ha dado su vida por nosotros. 

No cabía un alfiler en Carretería para observar otra de las escenas características de la Semana Santa conquense. Como si de la alineación de los astros del universo se tratase, las aristas rectilíneas de las ocho cruces que escenifican la muerte de El Salvador en cada paso se ordenaban una tras otra sobre la principal arteria conquense. 

De nuevo, la algarada se hacía silencio al paso de las imágenes y se acentuaba con la llegada de la Virgen. Los conquenses estaban entregados. Eran conscientes del sumo dolor que debió padecer Santa María y, ni por un segundo, distrajeron su mente del objetivo: acompañar tremendo desconsuelo. 

Mientras el Cristo de la Agonía y el Cristo de la Luz recorrían los últimos metros para llegar a El Salvador, la Virgen de la Luz hizo lo propio y, junto a ‘El Descendido’, se dispuso a cerrar una jornada difícilmente olvidable. En el espacio reducido de la Puerta Valencia se congregó público de todas las edades, entre ellos los propios hermanos de la Real, Ilustre y Venerable Cofradía, que esperaron a que el Coro de la Catedral de Cuenca interpretara el himno dedicado a la talla de Marco Pérez. Brotaron las lágrimas de tristeza y felicidad en los rostros de mayores y jóvenes, se descolgaron sollozos, se produjeron apretones de manos y abrazos profundos entre banceros y sus familiares. Por encima de las cabezas de los presentes sobrevoló que este ‘En el Calvario’, el que acababa de concluir, estaría marcado por el buen desarrollo del mismo y por el cálido y vigoroso latido del corazón nazareno conquense. 

ÚLTIMAS NOTICIAS DE SEMANA SANTA