Formación

“La universalidad de El Quijote va más allá de meter en un menú de restaurante los duelos y quebrantos”

Natural de Aranjuez, Daniel Rovalher, cantante y actor de la compañía Ron Lalá, es uno de los docentes que participan desde el próximo miércoles en las Jornadas Nacionales de Formación Escénica Cuenca a Escena, que se celebran a partir del 1 de septiembre e la capital conquense. En esta entrevista habla de teatro clásico, de música y de formación, entre otros muchos temas.

¿Qué llegó antes a su vida, la música o el teatro?

He estado relacionado con la dos desde muy pequeño. En Aranjuez se realizaba – digo se realizaba porque llevamos dos ediciones que no se ha podido hacer por el tema del virus- una representación popular sobre el Motín de Aranjuez de 1808, donde todo el pueblo invertía el verano en rescatar esta historia. Yo recuerdo estar haciendo eso desde los siete años, vestirme de época y hacer escenas de niños. Me empezaron a dar textos con unos doce años. Mi primer contacto artístico, realmente, es el teatro.

¿Y cómo contacta con la música?

En casa siempre ha habido mucha música y mi primer contacto musical es con mi hermano Alberto. En casa teníamos un montón de instrumentos y yo le veía tocar a él, me impregné mucho de todo eso.

Empezó de pequeñito y ya nunca paró.

Hasta la adolescencia estuve haciendo teatro aficionado en Aranjuez. Sigo viviendo aquí porque me cuesta irme, es mi casa, es mi pueblo, y de aquí no me voy. A la altura de los estudios universitarios, cuando estaba un poco perdido, es cuando me planteo si verdaderamente si formarme en algunas de las disciplinas artísticas que practicaba. Metí la cabeza en estudios que ni me van ni me vienen, acabé en la Complutense estudiando la licenciatura en Geografía e Historia. Yo seguía haciendo teatro cada vez más, mi pasión era eso, pero no tenía el valor de comunicar en mi casa que yo me quería dedicar a eso. Eso costó, pero llegó. Solapé durante un par de años los estudios universitarios con las pruebas de acceso a la RESAD. Al segundo año, al ver que no entraba y que no podía sostener dos cosas en mi mente, me metí directamente en una escuela. Un amiguete mío de Aranjuez llevaba ya un año estudiando en Bululú 2120, una escuela de teatro que regentaban Antonio Malonda y Yolanda Monreal. Entré ahí y empecé a flipar. Desde entonces no dejo de hacer teatro en la vida.

Un día Yayo Cáceres me dijo “¿Te vienes con nosotros, que creo que puedes ser el quinto ronlalero?”

¿Cuándo llega Ron Lalá a su vida?

En el segundo curso me tocó con Yayo Cáceres, director de Ron Lalá, que estaba de profesor de canto para actores. Un día me lleva a un rincón de la escuela y me cuenta que estaba dirigiendo una especie de compañía de teatro de música y humor, con cuatro chavales supertalentosos que viven del café-teatro, de recorrer Madrid, Libertad 8 y estos sitios, pero lo hacían todo sentados y que él los ha levantado de las sillas para darle más textura de teatro. “¿Te vienes con nosotros, que creo que puedes ser el quinto ronlalero?”, me dijo. Así conocí el nombre de la compañía. Ellos tenían previsto unos días de training en La Veleta de Almagro, un centro de investigación teatral que llevan unos argentinos. Yayo me propone ir una semana allí a ensayar y dar clase de teatro. ¡Tipo las jornadas de Cuenca! Fui para allá y me quedé.

¿Cuál fue su debut?

 Mi primer incursión en Ron Lalá fue sustituir a Juan Cañas, uno de los fijos, en un espectáculo que se llamaba ‘Si dentro de un limón metes un gorrión, el limón vuela’, que estuvo en movimiento por el underground madrileño. Después vino todo lo demás. Nos hicimos empresa, conformamos lo que se conoce hoy como Ron Lalá, con nuestro desarrollo profesional, incursiones internacionales, coproducciones con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, un par de premios Max que  tenemos en nuestro haber… Una historia de más de quince años de vida profesional teatral.  Dentro de Ron Lalá hay mucha música y yo tenía ese handicap de adolescente también. Musicalmente ha sido para mí como otra escuela, aparte de que haya ido formándome por mi lado y  con proyectos personales. Es como un batiburrillo, intentar coger todas las disciplinas y cogerlas como una sola virtud para la expresión artística.

Es una historia de cómo la vocación se abre paso.

Hay un momento en el que el interior te presiona y no ves nada más, no quieres compensar con otras cosa. ¡Yo tengo que hacer esto, es que no puedo hacer otra cosa, si hago otra cosa me aburro! La vocación irrumpe y ya está, y empiezas a convencer a todo el mundo. Yo no me veo otro lado.

En Madrid están todas las agencias, todos los representantes, los grandes teatros…

En una entrevista con una actriz conquense, Beatriz Grimaldos, hablábamos de las dificultades que existen para ejercer esta profesión desde una ciudad como Cuenca. ¿Para ser actriz o actor tienes que estar obligatoriamente en Madrid, Barcelona, Sevilla…?

Basándome en las experiencias de mis compañeros, conozco un montón de casos como el que me cuentas. En Castilla y León pasa muchísimo y eso que tiene un tejido teatral local brutal. En Castilla y León hay teatro para aburrir y ad aeternum, que se autoproduce. Pero luego las instituciones no terminan de apoyar demasiado y todo ese tejido local se deja un poco olvidado. La queja es la misma de siempre y pasa en muchos casos. En  Andalucía se dice que, si no te  vas a la escuela de Málaga o a Sevilla, para que se te vea… Evidentemente, hay una diferencia de oportunidades. En Madrid están todas las agencias, todos los representantes, los grandes teatros donde se te ve más. Ron La Lá nos movemos muchos por los teatros provinciales de pasearnos por toda España, que están ahí un poco como representación de todo lo que nace en el hervidero de las grandes capitales. Probablemente es cierto que el meollo está en las ciudades grandes. No debería ser así, debería ayudarse para que no hubiera esa tremenda necesidad, porque es la pescadilla que se muerde la cola. Al final se colapsa y todo y pasa que, para catorce plazas en interpretación textual en la RESAD, se presentan miles de personas. ¿Qué dan ahí? ¿Vas a salir en la tele si te cogen? Tampoco. La oportunidad es estudiar y luego dependerás de tu talento, tu esfuerzo personal y un montón de cosas para  que, el día de mañana, te puedas dedicar a esto. Ni la RESAD ni las escuelas oficiales son una puerta directa a nada. El secreto está en el curro, en estar en el momento adecuado, conocer… Es un trabajo difícil, claro…

Cuenca está casi siempre en las giras de Ron Lalá.

Cuenca es una de las plazas fijas. Nosotros hemos tenido la tremenda fortuna de tener un asentamiento profesional. Cada par de años, exceptuando pandemias y años de crisis, el calendario natural es una producción de Ron Lalá que dure un par de años, que puede ser propia o una coproducción como la trilogía clásica que hicimos desde Folía, Quijote y Cervantina, que tuvo el apoyo de la Compañía Nacional y nos permitió ir viajar fuera. Nuestra base de curro, lo que nos da la vida, es recorrer España durante año y medio o dos años, con plazas fijas como Cuenca.

Somos los mismos que antes, pero con otras vestimentas y con tablets en las manos”

¿La apuesta de Ron Lalá por el Siglo de Oro ha sido siempre bien entendida? ¿Os ha supuesto críticas o, al contrario, os ha abierto puertas?

Yo creo que nos ha abierto más puertas de cara al público que habernos topado con los puristas y esas cosas que suceden en el flamenco. Al principio sí que nos llegaba algún comentario de que el Siglo de Oro es algo más serio, más culta, por qué hacen flamenco en medio de un soneto… Pero nunca ha sido nada agresivo. Al final te viene en forma de agradecimiento el cómo lo recoge el público, como descubres lo huérfano que está de todo ese cultismo equivocado que se le da a la literatura, la poesía y, en este caso, el teatro clásico, que estaba embadurnado de pan de oro hasta que lo sacas un día, le das un poco de ritmo, lo traes a la actualidad. Con el espectáculo ‘Siglo de Oro, Siglo de Ahora’ jugábamos con ese paralelismo con la actualidad y se ve que los patrones se repiten, porque el ser humano es así. Somos los mismos que antes, pero con otras vestimentas y con tablets en las manos. Cultural, social y económicamente, es todo lo mismo, y la gente ha entendido eso. Tenemos un legado brutal de literatura, con autores universales que aquí ni conocemos, y es tremendo lo que está haciendo el teatro clásico. Ahora hay una proliferación, a través de la Compañía Nacional y un montón de compañías particulares, que se atreven a coger a un Calderón, un Lope de Vega y un Cervantes y se le da una revisión. Sin cambiar absolutamente nada, porque hablaban de los mismo que se habla hoy. Las problemáticas de entonces son las de ahora. El público lo agradece un montón, le muestras las novelas ejemplares o unos entremeses, que no sabían lo que eran. ¡Pues son los abuelos del sketch! Ya no asusta tanto hacer teatro clásico, eso ha cambiado.

Es cierto que existe una resistencia inicial del público. Pero es que en caso de Ron Lalá, además de divulgativo, es divertido.

Sobre todo es la conexión con el público, incluirle, decirle “entra en escena conmigo, que vamos a hablar de nosotros”. No hay que separarle, hablar con una pompa superantigua, muy engolado… Es hacerlo más fácil.

Cervantes y El Quijote ha unido a Ron Lalá con Castilla-La Mancha.

Ya lo creo, con El Quijote sobre todo. Aparte del desarrollo del espectáculo, en la producción a Yayo se le ocurrió hacer un making off del espectáculo, basándose en el documental ‘Looking for Richard’, un documental sobre Ricardo III. Nos hicimos una tourné por los sitios claves por los que pudo pasar El Quijote. Nos fuimos al Toboso, a Campo de Criptana, a la Cueva de Montesinos… Estuvimos viajando por un montón de pueblos de La Mancha. Y luego la tremenda gira que hubo con El Quijote. Cuando Helena Pimenta, de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, nos lo encarga, fue tremendo. Lo leímos conjuntamente, lo diseccionamos, hicimos un filtrado de personajes… Inevitablemente, eso te une a La Mancha, vas a hablar de una de sus joyas, de sus piezas clave culturales. Hay un feelling especial  al ir a La Mancha a contar esa historia. Afortunadamente, cayó bien.

Aquí a veces se tiene la sensación que se abusa un poco de Cervantes, de que se vende únicamente Castilla-La Mancha con El Quijote.

Nosotros no tenemos tan presente ese aspecto hagiográfico. Hay una anécdota muy curiosa, cuando íbamos de emplazamiento en emplazamiento con el documental, a la mínima cualquier concejal o alcalde nos decían rápidamente “pasó aquí” y en el pueblo de al lado te decían lo mismo. Al final es la propia Mancha la que agarra El Quijote para convertirlo en un sello único, en un comodín. Si logramos confirmar que El Quijote pasó y se tomó una bota de vino con Sancho aquí, y aquí se quitó la escafandra de la cabeza, y aquí le cambió la herradura al caballo… Nosotros no lo asociábamos con ese sello geográfico de Fitur, sino como algo más desde Cervantes, desde la obra cumbre universal. ¡Fuimos a la India y conocían al Quijote, es que flipas! La universalidad de El Quijote va más allá de meter en el menú de tu restaurante los duelos y quebrantos. Es que este hombre, hace quinientos años, escribió esto y hoy se lee, está traducido a cientos de idiomas. Es un valor literario, sentimental, lingüistico… Ahí es donde hay que darle el paso.

Igual toca también hacer una nueva serie de El Quijote…

¡Nos encantaría! Estudiando todo el material, te das cuenta de todo lo que hay. Nuestro espectáculo era una recreación, pero también intentamos meterle nuestro sello. Quisimos representar el lenguaje directo de Cervantes hacia su personaje, esa era la esencia del espectáculo. Por eso mostrábamos una biblioteca en la que Cervantes veía lo que escribía. Era un diálogo entre personaje y autor y viceversa, indagamos casi más en el propio Cervantes que en El Quijote.

¿Qué tal ha sido este año de vuelta a la carretera tras el confinamiento?

Ha sido el año más estrambótico. Duro no ha sido, porque sería una frivolidad decir que ha sido duro, porque hemos podido trabajar. Una vez que acabó el estado de alarma se pudieron reactivar algunos festivales. Nosotros arrancamos en Olite el verano pasado. Se hizo una planificación totalmente nacional, con menos días y aforos. Los festivales que pudieron lanzarse como Olite, Almagro y Olmedo, aunque a última hora les surgió un decreto y tuvieron que suspender, nos llamaron. Desde entonces no paramos, prácticamente salíamos todos los fines de semana cuando estaban todas las carreteras vacías, no se podía comer en carretera, los hoteles abrían para que entraras y durmieras, no podías tomar un café por las mañanas. Ha sido loco en ese sentido: llegar al teatro con protocolos extremos y todo el mundo con la mascarilla. En los teatros de Castilla y León había aforos de 900 personas pero con tres butacas vacías entre espectadores y se te caía el alma al suelo. Ahí estaba la dureza: estamos vivos, cobrando nuestro caché completo, pero lo que es el ritual del teatro, ese tejido de humanos que se juntaban a ver una misma cosa… Ahora no los veías reír, los aplausos eran muy comedidos, había momentos en los que parecían funerales. La gente venía a divertirse, pero pesaba mucho lo que tenía fuera, cuando se tenía que forrar otra vez, echarse gel en las manos e irse a su casa sin poder ver a su padre porque tiene ochenta años. Pero bueno, esa hora y media que compartíamos nos ha dado la vida y la gira ha seguido hasta este verano. Hemos trabajado mientras que montón de compañeros y de salas han cerrado. Nos hemos mantenido gracias a Juan Rana y las administraciones que previamente habían apostado y que, en medio de la vorágine, se han esforzado en mantenerlo como fuera.

Juan Rana es un homenaje a un cómico, con lo que eso conlleva en este país, donde a veces es encumbrado y, a la vuelta de la esquina, denostado”

Juan Rana ha sido todo un hallazgo.

Son cosas que están ahí, pero hasta que nosotros no le metimos mano, por idea de Álvaro Tato, nuestro dramaturgo y filólogo, que conocía un poco el personaje. Empiezas a indagar un poco y flipas lo que había detrás. Nos venía como al pelo. Mucho antes de la pandemia ya existía mucha crudeza con el tratamiento de la comedia, del humor, de monologuistas que van a la cárcel porque ha dicho tal cosa, la autocensura… Nos parecía perfecto. Es un homenaje a un cómico, con lo que eso conlleva en este país, donde a veces es encumbrado y, a la vuelta de la esquina, denostado. Organizamos un juicio de la inquisición en el que se le juzga por libertino, por artista, por cómico, por homosexual… Es un problema latente. Te llevas las sorpresa de conocer un personaje que no conoces y, otra vez, un reflejo de la sociedad. ¿Esto pasaba antes? ¡Pero si es lo que pasa ahora! Es parte nuestra y,  o despertamos, o las cosas no cambian.

Hay que abordar también en esta entrevista su proyecto musical como Rovalher. ¿Está también con mucho movimiento?

Bueno, el movimiento es menor. Entre teatro y música, yo creo que la música en este país cuesta como mucho más. Es un territorio difícil, donde sacan la cabeza muy poquitos. Hay mucho talento musical en España, pero se ha pintado que la manera de salir famoso es la de salir en la tele y en los talent shows musicales. En lo que el teatro me deja yo tengo mi proyecto personal, con canciones originales y reminiscencias de todo lo que he absorbido en mi casa. Es un música entre el pop y el flamenco, con mucha fusión de folk también. Tengo un disco editado y otro a las puertas, pero con todo esto del virus ha sido tremendo poder terminarlo. Llevo un año y medio presentando canciones y ganando tiempo. Está complicado, porque entre teatro y música, hacerse hueco en la música es tremendo. Cuando tienes la baza teatral, que pesa un poco más, es difícil que te conozcan como cantante y compositor. La gente dice “Dani es actor” y es lo que me considero, pero también tengo esa parte musical, muy creativa, que utilizo para expresarme. Cuando se puede tocar, se toca, mientras tanto sigo componiendo y subiendo música a las plataformas digitales. Lo que decíamos de la vocación, irrumpe y no la puedes frenar.

Mención a la canción que dedicó a los sanitarios.

A las ocho de la tarde. Yo uso la música para contar cosas. Mi mujer es sanitaria, imagínate cómo ha vivido todo esto y las crónicas que yo he escuchado de su mano. Salió de parte de ella y de la sección de Urgencias del Hospital del Tajo de Aranjuez. Me contaba sus sentimientos, sus penurias, lo jodidas que se iban a casa. ¡Tremendo lo que han pasado los sanitarios, tremendo! Me preguntaron si, a través de una canción, podíamos visualizar todo eso que estaban pasando cada día en el hospital. Me pasaron frases, sentimientos, material y con eso construimos una canción que se recibió con mucho sentido de agradecimiento.

Para terminar, hay que hablar de su faceta de formador y de su paso por Cuenca a Escena a partir del miércoles.

Yo he sido muchas veces alumno, pero he estado también muy pendiente del profesor. Me parece como un binomio irrenunciable, sin diferencias ni alturas. No siempre se va a aprender del profesor y ya está, sino que he sido alumno y muchos formadores que yo he tenido te hacen ver que la formación teatral debe ser un diálogo, un acto de compartir los conocimientos. Me lancé también un poco por vocación, a nivel local en Aranjuez, a dar clases de iniciación del teatro, pero quería tocar muchos palos e invité a compañeros que hacían monográficos. Tocamos teatro de objetos, canto, musicales, expresión corporal, danza… A partir de ahí surgieron un montón de cosas y me llamaron de Bululú, la escuela donde yo me formé, porque necesitaban un profesor de interpretación para un grupo. Estuve dos años dando clase y ahora, cuando tengo tiempo y me da el venazo, organizo de cero un taller de formación.

Cuando Pilar me cuenta lo de las jornadas y el elenco de profesores que hay detrás me quedo flipando”

¿Y cómo llega a Cuenca a Escena?

Lo de Cuenca a Escena surge por mi compañera Lucía Esteso, que es de Mota del Cuervo, que estudió conmigo en Bululú. Ella me conecta con Pilar Martín, la directora de las jornadas. Cuando Pilar me cuenta lo de las jornadas y el elenco de profesores que hay detrás me quedo flipando. ¡Muchos son admirados míos, me parece un nivelazo de proyecto! Sé que hay muchísimo esfuerzo detrás, porque sé lo que es montar algo con las ayudas justas y que, si no pones voluntad propia, no sale. Hay mucha humildad y pasión detrás, y yo me muevo generalmente por pasión.

¿En qué consiste su curso?

Es un curso de Canto y Voz aplicado a la Escena para el que no es necesario saber cantar. Ni todos sabemos cantar ni todos los cantantes son actores. Sí tengo claro que, cuantas más disciplinas y virtudes tenga a mano como herramientas el actor, mejor para la escena. Me baso en el trabajo nuestro de Ron Lalá, donde todos tenemos unas virtudes más desarrolladas que otras pero, con el trabajo conjunto y la formación de Yayo, al final hemos acabado mejorando. Si tocábamos cuatro instrumentos, ahora tocamos seis. Los que no teníamos ni idea de escribir, ahora nos atrevemos a hacer un soneto y darle un sentido dramatúrgico. Se trata de ir diseminando esas virtudes, hacerle entender al alumno que, cuantas más herramientas tenga para trabajar en escena, mejor; que no hace falta ser un cantante lírico o profesional y tener un control brutal de tu voz para poder expresar textos. Trabajamos mucho el ritmo y la afinación, que me parecen los grandes pilares, lo mínimo que hay que hacer para cantar. Lo demás es expresar, que te llegue, y no es necesario tener una técnica depurada. Trato también de abrir los ojos, de quitar miedos, animar a la gente a que coja un instrumento, les ayudo a que entiendan por qué desafinan… Intentamos trabajar, por su puesto, la canción, les ayudo a afinar y les pido un poema para trabajar la rítmica del verso y que lo puedan trabajar siempre que quieran.











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