Opinión

Responsabilidad política

En este artículo doy continuidad a la filosofía de Arendt que nos recuerda que la responsabilidad política no es sólo individual, sino colectiva. Un partido político, en tanto comunidad de acción plural, no se define por los actos de una sola persona, sino por su capacidad de actuar y juzgar en común. Cuando un partido se identifica ciegamente con su líder, corre el riesgo de caer en la “distracción respecto de la responsabilidad política”, como Arendt señala en su análisis sobre la asimilación y el conformismo.

En el contexto actual, si el PSOE decidiera romper filas con su líder nacional para preservar las instituciones y evitar la polarización y la brecha que está abriendo con la ciudadanía, estaría ejerciendo una forma de responsabilidad política madura: asumir que el partido es más que la suma de sus dirigentes y que su deber fundamental es con el mundo común, no con la perpetuación de un liderazgo concreto.

La responsabilidad como ruptura con la tradición ciega

Arendt también advierte que la tradición ya no puede ser simplemente heredada; debe ser repensada y asumida como responsabilidad. La lealtad acrítica al líder, especialmente cuando este se ve envuelto en “fango” político o escándalos, equivale a abdicar del juicio y del deber de preservar el espacio público compartido.

El gesto de apartar a un líder para reconducir el rumbo del partido no es una traición, sino una reafirmación de la responsabilidad colectiva. Es, en palabras de Arendt, “poner el tiempo en hora”, renovar el mundo para las generaciones futuras y evitar que el partido se convierta en mero engranaje de una maquinaria personalista.

Polarización y preservación del mundo común

La polarización política, uno de los grandes riesgos que Arendt identifica, es el resultado de la incapacidad de los actores políticos para ejercer el juicio y la responsabilidad. Cuando los partidos se convierten en trincheras de lealtades personales, el espacio público se fragmenta y la pluralidad –condición esencial de la política– se erosiona.

Si el PSOE, como aparato colectivo, decidiera anteponer la salud de las instituciones y la convivencia democrática a la defensa incondicional de su líder, estaría asumiendo plenamente la responsabilidad política que Arendt reclama: la de preservar el mundo común frente a la tentación del sectarismo y la polarización.

Un partido no es corrupto por una persona, sino por su incapacidad de juzgar. 

Arendt distingue entre culpa personal y responsabilidad colectiva. Un partido no es corrupto porque uno de sus miembros lo sea, sino porque el conjunto de la organización es incapaz de ejercer el juicio y de apartar a quienes dañan el bien común. La corrupción estructural aparece cuando el partido abdica de su responsabilidad política y se convierte en cómplice, por acción u omisión, de la degradación institucional.

La decisión de relevar a un líder incapaz de reconducir la situación sería, por tanto, un acto de responsabilidad colectiva, no de culpabilidad individual. Es la diferencia entre cargar con los pecados del pasado y perpetuarlos por falta de coraje político.

Si el PSOE rompiera filas con su líder para proteger las instituciones y frenar la polarización, estaría inaugurando una nueva tradición política en España: la de partidos capaces de anteponer el mundo común y la responsabilidad histórica al interés personal o de facción. Sería, en términos arendtianos, una reivindicación de la política como espacio de pluralidad, juicio y acción responsable.

En última instancia, como recuerda Arendt, “el punto central de la política es siempre la preocupación por el mundo y no por el hombre” (o el líder). La verdadera grandeza de un partido reside en su capacidad de hacerse cargo de ese mundo, incluso cuando ello exige romper con lo establecido y abrir un nuevo camino.

En esta senda, se habla de Salvador Illa como sucesor  del líder en el tránsito hacia una nueva convocatoria electoral que permita ganar tiempo al PSOE para regenerarse. Illa cuenta con el gran inconveniente de su dependencia política de Sánchez, lo cual genera dudas sobre su autonomía y liderazgo. Su nombramiento llegaría además con una mochila de dificultades para gestionar la polarización, el desgaste por casos de corrupción y el reto de articular un proyecto propio y creíble para España.

Entramos en un periodo complicado y decisivo para nuestro país, si es que a estas alturas y después del deterioro institucional sufrido, sigue existiendo. Y ante este nuevo escenario, el marco de las Comunidades Autónomas adquiere mayor peso, ya que el gobierno de Pedro Sánchez ha soltado un caballo desbocado en su afán por implantar el federalismo como una posible evolución del modelo de Estado, aunque avanzar hacia este propósito sin un amplio acuerdo nacional difícilmente sea fructífero.En este momento, lo más correcto sería  frenar al caballo con una convocatoria electoral para que hablen los españoles en las urnas y cojan las riendas de la democracia. 

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