Las gentes de mi pueblo siempre me han parecido distintas a todas las demás de los pueblos del entorno, incluso de la misma provincia y por supuesto del resto de España.
Bien sé que esta es una macro apreciación mía y nada más; y por supuesto nunca deberá sacarse fuera de contexto, pero de las exageraciones, la mayoría de las veces, salen las expresiones idiosincrásicas del conocimiento profundo que definen y caracterizan a un pueblo. Y es posible que en estas circunstancias y valorando y sopesando hechos y realidades, se den en el mío.
Hechos que hayan dejado huellas históricas, literatura, arte, inventos, monumentos u otros en el pasado, los desconocemos por completo; simplemente pensamos, que ya el “mismo hecho de vivir y sobrevivir” en éstos pueblos a través de los tiempos – y ya pasan de los quinientos años de su existencia- es un verdadero arte en sí mismo y ante los demás.
Mi curiosidad, por encontrar algo que lo distinguiera de otros pueblos y otras gentes ha hecho que rebuscara en la historia antigua, media, moderna y contemporánea, y nunca encontré nada. En realidad, sí he encontrado. He encontrado el hecho de que en el plazo de dos , tres generaciones hacia atrás, casi todos los apellidos del pueblo se mezclan y entremezclan demostrándonos fehacientemente que el “genotipo” ha cambiado poco, y así mismo, viendo lo poco que nuestros pueblos, me refiero a los de la Mancha y específicamente a los del entorno, abandonados desde siglos por los dirigentes centrales, reyes, mandatarios, caciques, terratenientes y amos enclenques, palurdos y analfabetos con derecho de pernada; han hecho que su “fenotipo” se quede enclavado en el pasado más aciago y vergonzante de toda la historia de España.

Luís Mota, Adelaido Requena, León Melero, Pedro Carretero,
Manuel Carretero (Ex-Alcalde), Ricardo Haro, Marino Aragon.
(De todos ellos el único que queda com vida es mi primo Hermano Luis Mota)

“Un cojo cayó en un pozo-y dos cojos lo sacaban – y otro cojo
que miraba les decía, esto sí que es cojo-nada” (Brígido)
Me repatea el hígado cuando leo algunos escritos de plumíferos insulsos, historiadores mediocres, o escribientes de fuera de las Castillas, -casi siempre ellos son de la periferia- o advenedizos renegados, que hablan de nuestras gentes, salvo honradas y gratificantes excepciones, como de carpetovetónicos recalcitrantes y obtusos o de especímenes de la Celtiberia más oscura y nigromántica. ¡Qué poco saben ellos de estas gentes!
De constitución baja y rechoncha, lo que “kreshmerianamente” llamaríamos de tipología pícnica, de tez moreno-blancuzca, reseca y agrietada por los extremos climáticos de estas tierras, de nariz de base ancha y más bien achatada, de mentón ancho, redondo y encajador; parco en hablar y de mirada serena, seria, bonachona y en ocasiones con rostro y cejas un poco cejijuntas. Siempre te miran cuando te hablan y nunca bajan la vista. Su moderación en el hablar y en los pocos gestos que realizan le imprime una confianza difícil de olvidar. Te ofrecen todo lo que tienen, con la mejor intención del mundo. Difícilmente te piden algo a cambio; dan, sin esperar recibir y con la mayor alegría y satisfacción que humanamente puedan desarrollar; estas son las gentes de mi tierra, estos son los hombres y mujeres de mi pueblo.
De la mujer pinarejera-manchega, poco podemos decir que ya no se haya dicho de sus hombres. Ha sido la matriarca, la mujer bíblica descrita por nuestros sabios, nuestros poetas, nuestros filósofos, nuestros teólogos; la perfecta casada; pues de ninguna otra manera me la imagino, ni la puedo describir. Veo a las mujeres de mi pueblo, bravas, trabajando en el campo como cualquiera de sus hombres-maridos, las veo en casa, acarreando agua, arreglando los animales subsidiarios de esa autarquía que anteriormente hemos descrito, arreglando a los hijos desde bien temprano, en la mañana, para ir a la escuela aquellos que podían ir, pues muchos de ellos, ni aún siquiera esto podían realizar, porque desde bien temprana edad ya tenían que colaborar en las faenas de la casa o trabajando en el campo, o en los ganados, para otros, y así aportar un pequeño sueldo a la familia.
Las veo cargadas de hijos, a los cuales, aparte criarlos, ellas mismas los vestían haciéndoles aquellas “batas”, aquellos “vestidos”, aquellas “camisas”, aquellos “pantalones de pana”, aquellos “calzoncillos de muselina”, aquellos “calcetines de algodón o de lana”, que hilaban y hacían nuestras abuelas en el invierno y que eran así mismo ayudadas por nuestras madres… ¡Qué poco usaban de cremas, afeites, perfumes, pintalabios u otros adornos femeniles innecesarios entonces, y por el contrario, siempre el recato fue su mayor virtud!
¡Quien dice que no eran guapas! ¡Hermosas diría yo! Los días de fiesta en que se ponían sus mejores ajuares, sus mejores vestidos, que eran esos que sus maridos y ellas mismas se habían ganado trabajando de sol a sol en los campos; y se adornaban de esas pequeñas joyas, de collares, pendientes, sortijas y otros abalorios que guardaban en lo más recóndito de sus baúles…, parecían otras. Eran otras. Exhibían una belleza externa que era remedo de aquella otra más importante que era la interna. Parían en sus camas, en los rastrojos, en los olivares, vendimiando, acarreando mieses…pero nunca abandonaban sus faenas ni a sus maridos ni a sus hijos.
Tendentes a la obesidad a partir de los primeros partos, exhibían sus redondeces, con alegría, gracejo y buen porte.
Pocos y pocas, de los que actualmente lean estas líneas, saben de los sufrimientos pasados-recientes, de las labores de sol a sol, tras el arado o la vertedera en aquellas vesanas de horizontes inacabados, duras como el cemento en ocasiones, embarradas en otras y polvorientas las más de las veces. Pocos saben, y ahora menos, de aquellos hombres, mujeres y niños, en el escardar los trigos, las cebadas, los garbanzos, los hieros, en la primavera y su recolección, acarreo y trilla en los veranos. Afortunadamente todo esto ha desaparecido y ha surgido una nueva contemplación de la vida agrícola y pueblerina.
Ahora ya no existen mulas ni burros que tiren de los aperos de labranza; han desaparecido los carros y las galeras, han desparecido los acarreos de las mieses, los madrugones matutinos y las vueltas y más vueltas y revueltas con el posterior afrailamiento de las parvas, bajo un sol abrasador; ahora han aparecido los tractores con “Compact disk” y “aire acondicionado” que llevan tras de sí arados y vertederas y remolques y cosechadoras, que en un santiamén te recolectan toda la cosecha o te aran todos los campos.
Sin embargo, es bueno, que no olvidemos aquello, para que recordándolo, al menos los que lo conocimos, sepamos trasmitirlo a estas generaciones posteriores que no lo han vivido.
No puedo por menos, que dar o introducir una pequeña cuña, pincelada o como la queráis llamar, socio-sanitaria, de entonces y ahora, por supuesto, sin ánimo de controversia en este escrito. Hay otros foros científicos donde lo que digo se discute y de muchas otras maneras.
¡Qué pocas medicinas consumían nuestros abuelos y abuelas! ¡Qué poco se metían los medios de comunicación y las propagandas, con nuestras dietas, con nuestras costumbres y con nuestras formas de desarrollar la vida –claro, tampoco los había- ¿Y las depresiones? ¿Y el ir y venir diario de los médicos? ¿Y las neurosis ansiosas? ¿Y eso de “los colesteroles”? ¿Y esta sociedad medicalizada con esta otra socialización de la medicina?…Es lo que algunos llaman estado del bienestar. Será así.
Todo esto entonces no existía. Los nuevos tiempos nos lo han traído. La mortalidad de nuestros abuelos e incluso de nuestros padres viene a ser pareja con la que actualmente tenemos, a excepción de la mortalidad natal y perinatal, tan sólo tenemos que reconocer que hemos mejorado en calidad de vida y en exención de enfermedades epidémicas y algunas otras infectivas…sin embargo, y de otra parte, nos han aparecido otras afecciones, acordes con los tiempos: SIDA. Epidemias más o menos controladas, pero siempre atemorizantes y de revuelo social, Tráfico, Inestabilidad social. Inseguridad Ciudadana, Pérdida de valores primigenios, y otras.
¡Y qué diremos de aquellas costumbres, que prácticamente y en la actualidad han desaparecido!
Haremos un recorrido somero comenzando por las más señaladas y los meses en que se daban o se realizaban, comenzando por Enero y llegando hasta Diciembre.
Antes, tendremos que adelantar que Pinarejo ha sido y es poco festero. Es posible que me olvide de algún o algunos acontecimientos típicos del pueblo y que de alguna manera yo desconozco, la voz de los que todavía pueden recordar, de alguna u. otra manera me lo tienen que decir.
(Tomado de mi libro “PINAREJO UN PUEBLO DE LA MANCHA COMO TANTOS OTROS PERO DISTINTO”, -en su cap. III) – SENELOGSCRIPTOS-(A30M07L2025)
Angel Mota López es médico jubilado
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