Cultura

Obra maestra de Rocío Márquez y Bronquio para la historia de Estival Cuenca

Sobre esta mesa hay un zurrón lleno de hipérboles para describir el concierto de Rocío Márquez y Bronquio que no sirven para nada, porque se quedan cortas para explicar lo que vivieron los espectadores de Estival Cuenca. La manera más fácil de sintetizar lo ocurrido es decir que el público tuvo el privilegio de ver el mejor espectáculo musical que se puede ver en España en este 2023 y uno de los mejores directos, si no el mejor, que se ha visto en los once años de historia del festival conquense. Y ahora tratamos de explicarlo.

Rocío Márquez comenzó cantando a una hoz del Huécar que ni siquiera sospechaba que esa dulce voz era el anuncio de un maremoto de flamenco y música electrónica que dejará marca para siempre en la roca, como una pintura rupestre pintada con tinta invisible. Después la onubense avanzó cadenciosamente hacia el escenario donde Bronquio calentaba los motores de la máquina y, en cuanto pisó las tablas, se abrió en Cuenca el Tercer Cielo que promete el nombre del disco de este proyecto que es un triple salto mortal en la experimentación del género. Nietzsche dice que nada sale bien si no participa en ello la alegre travesura y el éxito de esta aventura de Rocío Márquez y Bronquio radica en gran parte en su capacidad para ser juguetones. 

En este Tercer Cielo Rocío Márquez, liberada de la mesura propia de los espectáculos de flamenco tradicionales, aprovecha cada rincón, hasta la mesa de su DJ, para lucirse como animal escénico que canta, baila e interpreta. Tiene un punto cinematográfico este concierto que en estructura sigue siendo del género, con sus coplas, seguiriyas, tangos y bulerías, pero en el que pasas del tablao a la rave con solo un pestañeo. Hay momentos de fiesta salvaje, escenas de romance entre los dos protagonistas de la obra en los que Bronquio tiene que esforzarse por no derretirse con las coplillas de amor de la cantante; hay guiños humorísticos, juegos vocales, conversaciones con la luz y el humo; y aunque la propia Rocío nos advierte que no es sufrir amar, también hay dolor y quejío. 

Todo este torbellino de estímulos pasa por delante del espectador torrencialmente y apenas da tiempo a preguntarse cómo son posibles los saltos del sonido mákina de Bronquio a los toques de pandero sin que el universo se resquebraje. Simula Rocío Márquez unos cortes de respiración que son los mismos que siente en su butaca el público extasiado por esa voz que se filtra por los poros y esas letras de la onubense, que incluyen sorbos de Unamuno, Lorca y García Montero y que se tatúan en la piel. Yo te ofrezco el pensamiento de la yema de mis dedos: Quédate y mira de cerca mis relámpagos. Si me levantas el pelo verás la frente marcá por la navaja del tiempo. Peor que la soledad es tenerte en mi mente…

Naturalmente, para que todo esto funcione hay que tener el talento de Rocío Márquez y Bronquio, pero también el atrevimiento para hacerlo y, sobre todo, una libertad creativa a prueba de prejuicios y corsés. Por eso Rocío termina el concierto cantando a los cuatro vientos, primero con música y luego a capela, algo que predican con el ejemplo: “¡Qué grande es la libertad!”.

La penúltima velada de Estival Cuenca comenzó con los taranconeros Zas Candil, otros expertos en el arte de jugar con la música de raíz para encontrar nuevas formas, porque no hay nada más aburrido que un cubo de Rubik con todas sus caras monocromáticas. La combinación siempre es más divertida que la resolución.

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