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El medio ambiente también es riqueza: el reto de incluir su valor en la contabilidad nacional

La transformación de bosques en cultivos, la desaparición de hábitats por ocupación del territorio y el agotamiento de acuíferos por sobreexplotación disminuyen nuestra capacidad para satisfacer necesidades y, por tanto, nuestro bienestar. A pesar de ello, el deterioro ambiental aún no está integrado en el principal índice que mide el bienestar material de los países: el producto interior bruto (PIB).

El mayor problema siempre ha sido la unidad de medida: el PIB se mide en términos monetarios (euros, dólares, etc.), pero la pérdida de recursos ambientales se produce en hectáreas de bosque desaparecidas, especies malogradas o hectómetros cúbicos de agua perdidos.

Puesto que con el deterioro del medio ambiente perdemos riqueza y bienestar, ¿cómo podemos incorporarlo en los indicadores económicos?

¿Qué mide el PIB?

El producto interior bruto contabiliza el valor de todos los bienes y servicios finales que produce una economía (un país o una región) en un año. Por ejemplo, fue de 1,2 billones de euros en España en 2021. El PIB es un buen indicador para conocer la evolución del sector productivo de un país y, como tal, un buen elemento de diagnóstico de problemas económicos.

También es habitual aceptarlo naturalmente como medida del bienestar material: si el país produce más, puesto que la renta sigue un flujo circular, también habrá más renta disponible para adquirir bienes y servicios con los que satisfacer necesidades.

Sin embargo, siempre se recuerda a los estudiantes en los cursos de introducción a la economía que la relación entre PIB y bienestar material no debe ser tomada al pie de la letra. Por un lado, el reparto de renta no es igual para todos. Por otro lado, el bienestar de una sociedad no sólo proviene del consumo individual, sino también de bienes y servicios compartidos y solidarios.

En cualquier caso, estos argumentos no invalidan el hecho de que el PIB recoge producción y renta generada, lo que mantiene su vinculación con el bienestar material, aunque sea con matices.

¿Cuánto nos cuesta el deterioro ambiental?

Como las unidades de medida de pérdidas ambientales no son fáciles de integrar, lo que se ha venido haciendo hasta ahora es considerarlas como información adicional, en forma de cuentas satélite acompañando a las cifras de PIB. Presentar los daños a la naturaleza mediante cuentas satélite es claramente mejor que no proporcionar información alguna, pero es una forma un tanto limitada de hacerlo.

Cuando en 1997 comenzó a asentarse un nuevo paradigma de valoración económica de los servicios ecosistémicos con los trabajos del economista Robert Costanza y la bióloga Gretchen Daily, se abrió también un nuevo escenario que permitiría medir en euros del deterioro ambiental debido a actividades humanas o a catástrofes, y, con ello, de la correspondiente pérdida de bienestar asociada.

La consolidación de métodos de valoración y sistemáticas de servicios ecosistémicos, la creciente disponibilidad de información sobre su valor y, sobre todo, la aparición de varias iniciativas institucionales y gubernamentales en esta línea, llevarán a que en los próximos años podamos contar con estimaciones en unidades monetarias (euros, dólares…) de nuestro impacto positivo o negativo sobre la naturaleza. Estas matizarán la información que podemos obtener del PIB como medida del bienestar de forma mucho más efectiva que las cuentas satélite medioambientales.

El valor del capital natural

La manera de hacerlo más similar a como se calcula el PIB sería estimando el valor total de los servicios ecosistémicos generados en el país por la naturaleza en un año, es decir, el valor de los servicios ecosistémicos de aprovisionamiento, de regulación y culturales.

Podríamos llamar a esta variable producto del capital natural. Su variación de un año para otro indicaría una mayor o menor capacidad de disfrute de servicios ecosistémicos y, por consiguiente, un aumento o disminución del bienestar que obtenemos de la naturaleza.

Lógicamente, la destrucción de ecosistemas conduciría a un menor valor de los servicios ecosistémicos anuales y, por tanto, a un menor PCN. Las actuaciones de recuperación o restauración del capital natural lo aumentarían.

El análisis conjunto del PIB y el PCN permitiría concluir si el crecimiento económico del país se ha realizado de forma sostenible o si, por el contrario, se ha hecho a costa de perder capital natural y sacrificar, por tanto, un bienestar tan real como el que dan los bienes materiales pero que no pasa por el mercado.

Primeros pasos en la buena dirección

No es una utopía teórica, ni estamos tan lejos de lograrlo. En marzo de 2021 Naciones Unidas adaptó el Sistema de Contabilidad Económica y Ambiental vigente desde 2012 para basarlo en contabilidad de ecosistemas, orientado a contabilizar flujos de servicios de los ecosistemas y dejando abierta la puerta a su valoración monetaria.

Algunos países, como Canadá y Australia están ya adaptando sus sistemas de contabilidad nacional a este nuevo paradigma.

Más recientemente, además de con mayor visibilidad mediática, en abril de 2022 el Gobierno de Joe Biden anunció un Plan Estratégico sobre Estadísticas para Decisiones Económico-Ambientales con el objetivo de obtener “cuentas de capital natural” que midan los cambios en el valor económico de los recursos ambientales.

Todos ellos son pasos muy significativos en la buena dirección. ¿Nos acostumbraremos por fin a dejar de mirar al PIB como indicador directo del bienestar y a reivindicar el cálculo del PCN para tener una información más realista y útil?

Fernando Rodríguez López, Profesor de Economía del Medioambiente, Universidad de Salamanca

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.