Semana Santa

Multitudinario Santo Entierro con los conquenses que se fueron sin despedida en el recuerdo

El carrusel de emociones del Viernes Santo conquense termina con la tristeza, un sentimiento que tiene tan mala prensa como facilidad para infiltrarse en nuestro día a día. El Santo Entierro es el epílogo de una jornada en la que Cuenca ha repasado, capítulo a capítulo, el padecimiento y muerte de Jesús. Qué menos que abarrotar la Plaza Mayor para velarle en la noche más dolorosa.

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A las nueve de la noche se abrían las puertas de la Catedral de Cuenca. Los banceros sacan la imagen de la Cruz Desnuda, transparencia de la muerte. Las ausencias dicen mucho más que las presencia. Es algo que sospechábamos y hemos confirmado en estos años de la peste, cuando no hemos podido estar para despedir a la gente que se marchaba.

Los Caballeros custodian al Cristo Yacente. Su cuerpo se alza sobre las cabezas de la gente en la Plaza Mayor de Cuenca, como si estuviera a punto de ser reclamado por el cielo. Las Damas de negro y mantilla acompañan a la desconselada madre, la última en salir de la Catedral para el comienzo del cortejo fúnebre.

No hay aglomeraciones en la bajada de los pasos por la calle Alfonso VIII. La banda de la Junta de  Cofradías guía una vez más a una comitiva a la que se han sumado nazarenos de distintas hermandades de Cuenca. Detrás caminan las autoridades locales y provinciales  para despedir a Jesús con honores de estado.

La tenue luz de las farolas realza la tragedia, que encuentra cierto consuelo cuando el coro interpreta el Miserere y Mater Dolorosa a las puertas de San Felipe. La banda municipal de Cuenca entona Camino al Sepulcro cuando serpentea la senda en el Escardillo y la Audiencia. La noche de primavera se quita algunos grados para estar acorde con la escena. En los cementerios siempre hace frío.

Aumenta el público en las acercas a medida que el cortejo se aproxima a la Plaza de la Constitución. tras girar por la calle del Agua, la procesión afronta uno de sus tramos más bellos. Es en Los Tintes, junto al río Huécar, donde la vida y la muerte se ponen en paralelo. El sonido del agua arrulla a  la Madre, que sabe que el momento del adiós se acerca.

Tras  girar en la Puerta de Valencia, la procesión del Santo Entierro concluye en la iglesia de El Salvador con las voces del Coro Alonso Lobo, después de  un desfile solemne dedicado a todos esos conquenses que se han marchado en estos años de la peste sin poder rozar por una última vez una mano querida.