Esta historia está basada en hechos reales acaecidos este verano en un pueblo de Cuenca, pero protegeremos la localización para no delatar a los protagonistas de este intento de hurto de ladrillos, a pesar de que nunca llegó a ser perpetrado.
Aunque ahora parecen lejanos los días del confinamiento, si hay algo que aprendimos de aquella experiencia es que, si se tiene una casa en el campo, es conveniente tenerla bien equipada para los estados de alarma. Así que los personajes de nuestro relato decidieron empezar este verano unas pequeñas mejoras en su finca : renovar el vallado, instalar una pérgola, una barbacoa… Unos trabajos sencillos, sin una gran inversión y sin necesidad de mano de obra especializada.
Un día su proyecto se encontró con un pequeño inconveniente, ya que faltaban ladrillos para la construcción de la deseada barbacoa. En el pueblo no se podían comprar, así que para adquirirlos tenían que coger el coche para ir a un establecimiento especializado de una localidad más grande. Como tampoco necesitaban muchos, para agilizar las cosas, decidieron dejarse llevar por la imperecedera picaresca española y planearon robar ladrillos de una obra cercana.
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