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Rubén Caracena coge el testigo familiar para mantener viva la carnicería del Casco Antiguo de Cuenca

Rubén Caracena ya está al frente de la carnicería del Casco Antiguo para dar continuidad, tras la jubilación de su padre José Eugenio, a un negocio casi centenario que mantiene viva la llama del comercio de proximidad en este barrio de Cuenca.

El relevo de padre a hijo no ha sido tan rápido como se podría suponer. Ha sido necesario un mes y medio de trámites burocráticos hasta que finalmente pudieron cambiar la licencia de nombre y abrir, el pasado 10 de noviembre, las puertas de este establecimiento de la calle Alfonso VIII.

El cuarto representante de esta saga de carniceros conquenses ha regentado durante los dos últimos años una tienda en la calle Hermanos Becerril. En un primer momento pensaron en mantener las dos abiertas, “pero como el tema de los autónomos se está poniendo complicado no era viable, suponía mucho gasto, teníamos que tener empleados y era mucho trabajo”. Sin embargo, allí ha dejado clientes incondicionales a los que sigue atendiendo con su servicio de reparto a domicilio gratuito.

La primera toma de contacto de Rubén con este oficio fue cuando tenía unos ocho años. “Empecé aquí, con mi abuelo, que me enseñó a deshuesar pollo”. Los sábados, cuando no había colegio, subía a la Plaza y ayudaba a llevar los pedidos a los bares y a las monjas, igual que había hecho su padre de chaval.

Rubén Caracena empezó a cotizar a los 16 años. Estuvo trabajando en una carnicería en la calle de la Guardia Civil y en el matadero antes de abrir su empresa en el barrio de San Fernando.  “No he hecho otra cosa, pero la verdad es que me gusta mi trabajo y el trato con la gente, porque es lo que he mamado”, comenta mientras muestra con orgullo una foto, tras el mostrador, en la que aparece junto a su bisabuelo, su abuelo, su padre y su hijo que ahora tiene cinco años. 

Al lado hay otro retrato, el que le hizo Fernando Zóbel al abuelo Asterio con su padre José Eugenio, “y una clienta me dijo que ahora tengo que hacer la misma con mi hijo y ponerla al lado”. 

Rubén desvela que a su pequeño “también le gusta mucho” este mundo. “Me ha dicho alguna vez Papá, me voy contigo y yo lo ponía a hacer hamburguesas con el molde”. Además, es “dicharachero”, una virtud para la atención al cliente. Su padre le dice que estudie, pero quizás algún día le llegue también su momento tras este mostrador.

La reapertura de Carnicerías Caracena ha sido celebrada en el barrio. “El otro día, cuando cocimos las morcillas, venían por el olor para preguntar si estaban hechas”, señala el tendero. Durante estas semanas de transición había un poco de inquietud, pero a partir de lunes “todo el mundo ha venido a darnos la enhorabuena, a decirnos que les hemos dado la vida, sobre todo la gente mayor, que depende de las tiendas de barrio, que son muy importantes para ellos y no nos damos cuenta”. Son vecinos que no disponen de coche y para los que es muy incómodo volver cargados de bolsas en el autobús que, gracias a tiendas de barrio como esta, pueden hacer las compras esenciales cerca de su casa.

El negocio es también muy frecuentado por también trabajadores del Ayuntamiento, que pueden llevarse su compra cuando terminan la jornada, así como por los turistas que quieren descubrir los productos de esta tierra.

Por su parte, Rubén garantiza el trato exquisito que siempre ha caracterizado a la carnicería Caracena y además de los clásicos de la tienda, como los embutidos y adobos caseros, llega con las propuestas que mejor le funcionaban en Hermanos Becerril, como los chuletones o los cachopos por encargo. Sabores únicos que triunfan entre los locales y entre los visitantes, que entran a Caracena con la fascinación de ver cómo un comercio tradicional resiste en un casco histórico, algo cada vez más complicado.

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