Opinión

La infancia y el 25N

También en los pequeños pueblos, el 25 de noviembre marca una reivindicación y un ejercicio de responsabilidad colectiva. En este artículo pretende indagar en los retos y soluciones comunes para los pueblos que afectan a la violencia vicaria y que es hoy una de las caras más difíciles de afrontar.

Hoy además es un día para tener en cuenta a los niños y niñas que han visto cómo el conflicto adulto les atraviesa, y les obliga a romper con lo conocido para buscar un nuevo refugio. Es en ese nuevo camino de vida en el que se abre la opción, al menos transitoria, de que los territorios despoblados, los pequeños pueblos, puedan ser, y deban ser, lugares para que comiencen de nuevo.

En ese sentido, nos encontramos ante un espacio vacío y virgen, donde casi todo está por hacer y supone un gran reto. La posible llegada a pueblos pequeños de familias que han sido víctimas de violencia vicaria exige que las comunidades revisen su papel, salgan del silencio y actúen, no solo como testigos, sino como garantes de derechos y oportunidades. Estos menores no son solo receptores de apoyo, sino que se convierten en agentes de cambio local: al integrarse traen vida, energía y una mirada distinta que desafía inercias y rutinas. La escuela, la plaza y hasta la huerta se pueden convertir en espacios de encuentro donde se reconstruya la confianza día a día.

Sin embargo, este proceso que puede ser una solución ideal, exige mucho más que buena voluntad. Requiere recursos específicos, profesionales formados, y sobre todo, una red vecinal que asuma el compromiso de ofrecer escucha, protección y acompañamiento. La infancia es la medida de la calidad humana de un pueblo: si una niña puede volver a jugar sin miedo, si un adolescente encuentra oportunidades reales para desarrollarse, la comunidad ha dado un gran salto en dignidad y cohesión.

La lucha contra la violencia vicaria en entornos despoblados pasa por reconocer el problema, construir espacios seguros y favorecer la autonomía de quienes llegan. Ofrecer soluciones implica activar el municipio, coordinar a instituciones y garantizar servicios de proximidad. Estos niños y niñas no son solo víctimas que vengan a buscar refugio: también son emisores de transformación que vienen a dar luz, a proponer nuevos caminos y a construir con el resto del vecindario, el futuro de un territorio que no se resigna al abandono.

La obligación comunitaria e institucional en este día —y siempre— es la de mirar de frente la realidad y ser capaces de asumir el reto de organizarse para que ninguna persona, y mucho menos ningún niño, tenga que vivir en la sombra. Porque en esos nuevos comienzos hay semillas de vida y de progreso para todo un pueblo. 

Esta es la oportunidad y el reto que nos interpela como territorio, la responsabilidad social y colectiva para con los niños y niñas a los que les han servido en su mesa todos los días un plato de violencia. Por ellos, por ellas, por la vida, detengamos esta lacra ofreciendo soluciones. 

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