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Exaltación de la Vida

Hay caminos que no se recorren solo con los pies, sino con el alma. El de Santiago de Levante-Sureste, que tiene en San Clemente su kilómetro cero, es uno de ellos. Este fin de semana, el encuentro nacional del Asociacionismo del Camino de Santiago  de Levante-Sureste, se celebraba en La Alberca de Záncara, nos puso delante el valor que tiene el hecho de reconocer y agradecer, que hay rutas que son memoria compartida, gratitud y belleza. Que los senderos no solo llevan a Compostela, sino también a nosotros mismos.

La Alberca, mientras estaba en la antesala de honrar a su patrona la Santa Cruz, se convirtió en un crisol de voz para el agradecimiento y la lírica del Camino resonó como una caricia final de convivencia. Qué grandeza tiene un pueblo cuando sabe unir el fervor y la hospitalidad, la fe y la celebración. Porque el patrimonio del itinerario, entre San Clemente y Quintanar de la Orden, no se mide solo en piedras renacentistas o en retablos barrocos, en ábsides románicos o en gótico celestial, sino en esa trama invisible de afectos que el viajero va hurgando paso a paso.

En Villaescusa de Haro, el aroma del desayuno  aún sostenía el eco solemne de la procesión del Cristo de la Expiración. En Belmonte, la Virgen de Gracia brillaba envuelta en manto bordado en hilo de oro y en la emoción callada de una mujer sencilla, Mari, que ha dedicado su vida a custodiar la talla de la patrona, tesoro románico y que en la celebración, fue reconocida como cuidadora y preservadora de lo sagrado. La belleza de esas escenas no necesita artificio; basta mirarlas de frente, como se mira la luz cuando entra por una de las vidrieras de la Colegiata.

En el más allá, en el atardecer de Priego, la Alcarria se abría como un mar de colinas, uniéndose a la Serranía, mientras el convento de San Miguel guardaba también  un cántico eterno. Un miserere que ha atravesado siglos, elevándose por quienes ya no están. En esa experiencia se comprende que la música de las celebraciones religiosas y de los conventos no es solo plegaria: es memoria, es resistencia, es la voz profunda de una tierra que se niega a olvidar su legado.

Así, en un mismo fin de semana se entrelazaron la Exaltación de la Santa Cruz, el milagroso Cristo de la Caridad, obra de Carmona, el Cristo de la Expiración, el Santo Rostro de Osa De la Vega y la Virgen de Gracia de Belmonte. Cinco devociones como los cinco dedos de la mano, a cual más significativa, cinco latidos de un mismo corazón, del sentir de los pueblos de la Mancha y la Alcarria de Cuenca. Y el camino, que se hace mejor en compañía, una vez más, fue como el broche de una cremallera, que logró unir  lo disperso.

Decimos que la Fe mueve montañas. Pero a veces lo que mueve es aún más íntimo: el deseo de volver a escuchar una campana en un lugar recóndito en lo alto de una montaña escarpada, de sostener una mantilla, de cantar en comunidad aunque la voz se quiebre o de portar sobre los hombros aquello que ha marcado nuestra historia. Ese deseo que nos lleva siempre de vuelta a lo esencial. Porque los Caminos De Santiago conquenses,  porque los conventos que siguen en pie dignamente ante el paso del tiempo,  no son únicamente senda y piedra. Son música. Son encuentro. Son la certeza de que, mientras existan pueblos que canten, procesionen y abracen a sus patrones con tanto fervor, la vida de las tradiciones religiosas, seguirá regalando belleza al que tenga la osadía de llegar hasta allí, detenerse y admirar. Que la Alegría recibida de manos amigas crezca y florezca en este final de verano. 

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