Al despuntar la última mañana de mayo, un grupo de personas peregrinas de varios pueblos partiamos de la Torre de la Iglesia de Fuentelespino de Haro, escribiendo con nuestros primeros pasos una historia viva sobre el Camino de Manjavacas. Lo que podría parecer solo una ruta tradicional de devoción se reveló en realidad como el germen de un movimiento rural renovador: un viaje en el que la Fe y la esperanza avanzan al mismo ritmo que los paisajes y los sueños compartidos.
En este camino, los pueblos que recorrimos se entrelazan —Fuentelespino de Haro, Osa de la Vega, Belmonte, Santa María de los Llanos, Mota del Cuervo— bajo el manto generoso de la agricultura y la ganadería manchega. El cereal ondeando al viento, las hileras de girasoles persiguiendo el sol, la viña y el pistacho que desafían el terreno, el olivar tradicional y la huerta —todo ello cuidado por manos nuevas que, en un delicado tránsito generacional, aseguran el futuro de la tierra. No menos importante, la ganadería extensiva y el queso manchego, símbolos de identidad y saber hacer.
El Camino de Manjavacas es mucho más que espiritualidad o costumbre: representa una apuesta decidida por el desarrollo gastronómico, turístico y socioeconómico, sostenido sobre el patrimonio y el paisaje. Aquí, los proyectos que dañan el entorno no tienen cabida; cada paso es una reivindicación de modelos que respetan el agua, el cultivo y la vida, dando esperanza a una España rural que rehúye el abandono y busca repoblarse con sentido común y sensatez.
En la experiencia compartida, hay espacio para el milagro de la vida —la llegada de una bebé—, para la convivencia de generaciones, para la salud y la complicidad en los gestos sencillos. El grupo avanzó de día, de tarde, de noche, y de madrugada, hacia el santuario. Allí, tras el esfuerzo, el chocolate, la Llueca y la hospitalidad de los anfitriones, el pueblo de La Mota y la Hermandad de Nuestra Señora de Manjavacas. En el júbilo del encuentro y la Misa del Alba, la imagen de la Virgen saliendo entre vítores y una comunidad que, aunque cansada, halló fuerzas para subirse al mismo remolque y seguir adelante hasta Mota del Cuervo, mientras el municipio corría como una piña detrás de la Virgen en una celebración que está declarada de Interés Turístico Nacional.
Las emociones no se quedaron en el camino. Se multiplicaron en las calles inundadas de gente, en el brindis con vinos de la Cooperativa de Mota del Cuervo y en la mesa compartida con la esperanza de regresar, en la satisfacción de la sobremesa con un sorbo de café o un postre helado, mientras el cansancio dibujaba sonrisas y una mirada sincera que permanece viva y llena de infinitas posibilidades, que se cruzó en un territorio en el que Manjavacas caminaba a hombros de los anderos acompañada de la bonita melodía musical de la Banda Municipal de la Mota.
Hoy, este camino no se cierra; se abre a más. Se convierte en círculo expansivo donde caben otros pueblos, otros proyectos, otros peregrinos. Desde la voluntad popular hasta la responsabilidad institucional, el Camino de Manjavacas es un desafío para gobiernos locales, provinciales y regionales: un ejemplo de cómo la Fe puede transformarse en desarrollo, la tradición en innovación, y el agradecimiento en futuro.
Quizá, como dijo Patricio, uno de los caminantes al final de la jornada, “la vida no resulta fácil, y solo nos quedarán los buenos momentos compartidos en el camino”.
Por eso, esta crónica es un homenaje y una invitación a que personas anónimas que quieran dar la cara sigan marchando y haciendo una flor en esta comarca, abriendo sendas en armonía y en paz. Gracias por tanta generosidad compartida.
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