Este fin de semana he tenido la oportunidad de visitar la exposición de Lorenzo Redondo en la transformada sala de exposiciones del emblemático Hotel Iberia de Cuenca. Desde el primer instante en que crucé la puerta, me envolvió la atmósfera de luz de las esculturas, tan íntimamente conectadas con la tierra y la historia de esta provincia. Hubo una obra que capturó mi atención de manera especial: El Beso, una pieza de formas proporcionadas y profundamente creada para trascender lo tangible, realizada en mármol travertino del pueblo de Mariana. Mas que un tributo a la forma y al material; en ella se aprecia un acto simbólico que conecta el alma del artista con los recursos endógenos de la provincia. La escultura de Lorenzo está repleta de redondeces y supone la inspiración hecha arte a través de hallazgos de piedra, bloques de mármol y trozos de historia que cobraron vida en sus manos. Su escultura establece un diálogo profundo entre el ser humano y el territorio, un proceso de cincel y alquimia que transforma lo común en extraordinario.
Al contemplar El beso, es inevitable evocar la icónica obra de Gustav Klimt. Sin embargo, mientras Klimt plasma el amor en un abrazo dorado y vibrante, Lorenzo Redondo ofrece su propia interpretación: un beso tallado en piedra, sólido y eterno, que simboliza la conexión humana entre hombre y mujer y que en esta exposición se convierte en icono de una relación inseparable entre cultura y Cuenca. Si Klimt nos llevó a un plano de ensueño, Redondo nos arraiga al suelo que pisamos, así como los besos de Klimt celebran el amor humano, los de Lorenzo Redondo son además el tributo del artista de Cuenca a su tierra. Cada una de sus obras son una exquisitez de formas y dimensiones que se pueden apreciar desde múltiples perspectivas, como “La Paloma” que procede del alabastro del municipio de Almendros, tan simbólica como el gesto de esperanza que invita a redescubrir el potencial del arte además de como un objeto de contemplación y revelación, como semilla que germina en comunidades y paisajes de canteras olvidadas, brindándoles nuevas oportunidades. El arte se transforma en puente y promesa y las esculturas de Lorenzo Redondo trascienden la mera estética para convertirse en un símbolo de resiliencia cultural. Su obra no solo enriquece el patrimonio artístico, sino que también pone de manifiesto la importancia del arte como una vía para revitalizar el alma de la despoblación. En Cuenca, cada escultura, cada exposición, y cada beso artístico es una promesa de que, incluso en los rincones más remotos, el arte puede ser un puente hacia el futuro.
Cuando salí de la sala, me sentí profundamente agradecida por haber compartido con un artista de tan alto nivel unos breves instantes de su trayectoria de medio siglo, marcada por su maestría técnica y por las referencias de sinceridad de su mensaje. Podéis ser testigos hasta el día 30 de marzo de su obra y de ese beso escultórico de valor que el Arte de Cuenca y Lorenzo Redondo ofrecen al mundo.
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