San Julián

Incombustible Manolo García en Cuenca

Dos horas y media de concierto ofreció Manolo García en La Fuensanta y todavía se marchó con ganas de rumba. Nunca el tiempo es perdido cuando se disfruta. Se lo pasa bien el de Barcelona sobre el escenario y le cuesta abandonarlo, tanto como el crío que es reclamado por sus padres para volver a casa cuando mejor se los está pasando en el parque. Sus feligreses conquenses le aguantaron el ritmo en el que era el primer concierto multitudinario desde la pandemia en el que permanecer sentado era una opción y no un mandato.

Hay mucha frescura en la propuesta de Manolo García, desde el escenario decorado con motivos de chiringuito de playa al sonido pop aflamencado de la banda. El artista desafía a los tiempos grises con el color de sus chaquetas y de los diseños y pinturas que se proyectan en la pantalla. Los más de 3.000 espectadores recibieron un pinchazo de optimismo y se marcharon con una sonrisa que les debería durar, como mínimo, hasta que termine el verano.

Insurrección abrió los 210 minutos de concierto de Manolo García en Cuenca, con muchas canciones de su último trabajo, pero sin que faltaran las imprescindibles de su repertorio. En los tramos más tranquilos el artista, sentadito, se dejaba llevar por las palmas y las refrescantes rumbitas. En otras canciones García se desmelenaba y bajaba al césped a cantar entre el público. Envidiable derroche de vitalidad de un cantante que se sentía a gusto en Cuenca, como si no hubieran pasado varios años desde la última vez que actuó en San Julián.

En los bises, Manolo García tuvo un recuerdo para el fallecido Eric de Witt, guitarrista que le acompañó cuando inició su carrera en solitario. Después se apoyó en los espectadores para que toda La Fuensanta coreara insurrección, con el objetivo de demostrar “lo que podemos conseguir juntos”. El recitar terminó a golpe de rachera, con el Sigo siendo el rey escrito por José Alfredo, que le sirvió al de Barcelona para demostrar que le quedaba voz en el depósito y que, si de él dependiera, todavía nos habíamos quedado un ratito cantando y dando palmas en el campo.

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