Semana Santa

Paz y Caridad vuelve a ser la espina dorsal de la ciudad

Cuando el mundo se confinó, el Júcar alzó la voz para prometernos que todo iba a salir bien. Este Jueves Santo los nazarenos volvieron a San Antón para participar en la procesión que nace en el río y bombea en la ciudad sangre del color de las túnicas del Jesús con la Caña. En su pregón de Semana Santa, José Miguel Carretero, hermano grande del Jueves Santo, se acordó de los gancheros que ejercían su oficio en las aguas que bañan el barrio de barro de Cuenca. De ellos hemos heredado el tesón para tirar hacia adelante, incluso cuando la corriente va en sentido contrario. Cuatro años de adversidad ha soportado Paz y Caridad hasta este 14 de abril en el que todo ha vuelto a fluir. Lo escribió Machado y lo ha sabido aplicar la Semana Santa de Cuenca: todo el que aguarda sabe que la victoria es suya.

VIDEOCRÓNICA DE LA PROCESIÓN EN ESTE ENLACE

Todo salió bien en Jueves Santo en el que el cielo se mostraba indeciso. El sol acompañaba la salida de los primeros pasos: el restaurado Cristo de las Misericordias, el Huerto de San Antón, el ‘Amarrao’ y la Caña. En cambio, la primavera se puso traviesa y decidió descargar una fugaz tormenta en el momento de la salida de la Verónica. Fue la primera de unas lloviznas que tuvieron consecuencias en los tiempos del desfile.

La procesión cuenta una historia bíblica con sus imágenes, pero hay otros relatos en las filas y bajo los pasos: el bancero de pies tatuados que camina descalzo. Las flores que recuerdan a los hermanos ausentes. Los nazarenos ciegos o en sillas de la fila. Los aplausos bienintencionados pero inoportunos de algún turista en la salida de la Virgen. El disimulado rezo de un rosario. Las vivencias personales de cada uno de los conquenses que meditan junto a su venerada imagen. El puente de San Antón estaba repleto de líneas argumentales. Unas se dejan ver durante el desfile y otras se quedan tras el escudo del capuz.

La Soledad del Puente fue la última imagen en cruzar las puertas de la iglesia de la Virgen de la Luz. Paz y Caridad estaba al fin en la calle. El sol y las nubes se peleaban por los mejores asientos para ver a los nazarenos de Cuenca. Menos empujones había en las aceras, porque el público estaba muy repartido a lo largo de las calles de la zona centro de Cuenca.

La banda de la Junta de Cofradías marcó una vez más el paso del desfile. Encomiable esfuerzo de unos músicos que estos días rompen el cuentakilómetros. La lluvia asomó de nuevo cuando la campana del Cristillo sonaba por la Puerta de Valencia, pero pronto desistió al darse cuenta de que nadie le prestaba atención.

La subida por El Salvador volvió un muestrario de esencias de la Cuenca nazarena”

La subida por El Salvador volvió un muestrario de esencias de la Cuenca nazarena. A lo largo del camino hubo homenajes a hermanos fallecidos, como Eduardo Zafra, recordado por la Archicofradía y el Huerto a su paso por la Plaza de San Esteban. La música se infiltraba por las calles y en Solera y Peso los banceros ponían a prueba su destreza innata para doblar esquinas como si fueran de papel. Asombro a cada paso en un Jueves Santo conquense instagrameado como nunca antes

Las últimas luces de la tarde acompañaban a la Virgen cuando entraba por la calle de el Peso. La banda de Cuenca la guía como lazarillo por la calle donde banceros reinventan la geometría para que puedan avanzar sus pasos. Cuando la virgen alcanzaba Andrés de Cabrera la cabecera ya había atravesado los arcos. Esta larga procesión es una espina dorsal de Cuenca. Se respiraba Semana Santa en la bulliciosa Plaza Mayor antes de que Paz y Caridad tomara el camino de regreso a su lecho junto al río.

El corteo hizo un descenso ágil que le permitió recuperar casi todo el retraso acumulado durante el ascenso. La música de la procesión se mezclaba en Palafox con el bullicio de tambores que llegaba del Parque del Huécar. Tras cruzar la Trinidad y la Avenida Virgen de la Luz, las hermandades, con ayuda de las bandas, protagonizaron una hermoso final de procesión como muestra de agradecimiento a ese Júcar que había rogado a Cuenca que no desfalleciera en los peores momentos de la pandemia. Después de tres años de suspensiones e interrupciones, Paz y Caridad terminaba su recorrido con abrazos en San Antón y miradas hacia el cielo.

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