Opinión

No en mi nombre

Cuando la decadencia ha hecho su trabajo, y antes de imaginar un futuro distinto, se hace necesario mirar al pasado.

La decadencia social y económica de la provincia de Cuenca, con su capital al frente, es un hecho incontestable, una verdad incómoda que, por interés, miedo o pudor preferimos no reconocer en público, al tiempo que nadie la niega en privado.

Nuestra provincia conforma, junto con Soria y Teruel, la red de áreas especialmente despobladas del sur de Europa, la “división de honor” de lo que llamamos España, Europa incluso, vacía. Tres provincias con la mayor tasa de nacidos en la tierra que no residen en ella, un 52% en Cuenca, mientras Albacete, por ejemplo, registra un 38% y Valencia un 11%.

Han pasado ya veinte años, y esta es mi mirada al pasado. Dirigir su revista fue uno de mis primeros cometidos en “Independientes por Cuenca”. El primer número, por título, “La hora de Cuenca”, y como ilustración de portada, una foto de la estación de tren con su reloj en primer plano.

Al hacerse pública la decisión del Ministerio de Transportes, un 30 de noviembre de 2021, casi veinte años después, fría y burocrática, casi de trámite, de cerrar el tren convencional en la provincia de Cuenca, recordé título y portada. ¿Veinte años han pasado para llegar a esto? ¿Solo queda ya sufrir estoicamente una decadencia tan injusta como inevitable?

“La hora de Cuenca”, hace veinte años, era pensar en el futuro de esta tierra, creer que Cuenca tenía derecho a un futuro, era demandar que ya tocaba cumplir con Cuenca, que estábamos a tiempo y que la recuperación del ferrocarril convencional, mediante las necesarias inversiones, era condición, no solo, pero si imprescindible, de ese futuro de prosperidad y oportunidades.

La hora de Cuenca”, veinte años después, lo es de la decadencia social y económica de un territorio de los más despoblados de Europa

“La hora de Cuenca”, veinte años después, lo es de la decadencia social y económica de un territorio de los más despoblados de Europa. Hace veinte años ya era tarde, porque veinte se habían perdido ya en el afán de una Cuenca que fuera algo más que un lugar del que irse.

Son los cuarenta años de una Comunidad Autónoma tan artificial como discriminatoria para con la provincia de Cuenca. Un invento sin raíces en la historia, necesario únicamente para cerrar el mapa autonómico fundacional de nuestra democracia, un nuevo servicio exigido a Cuenca para con España.

Pasados cuarenta años, han progresado las provincias de Toledo, Albacete y Ciudad Real; Guadalajara encontró su futuro uniéndose económicamente a Madrid, y Cuenca, en su decadencia, sufre la injusticia de decisiones que únicamente atienden a los intereses del resto de provincias. Decisiones siempre en perjuicio de Cuenca por exclusión, discriminación, marginación.

Y como ominoso remate de una injusticia histórica, hoy, “la hora de Cuenca” es la del cierre del tren convencional, el mismo que, en su trayecto por Albacete, recibió las necesarias inversiones en modernización. La hora en que, con frialdad burocrática, las autoridades nos anunciaron el cierre del tren en Cuenca, mientras celebraban en Albacete el proyecto de plataforma intermodal de transporte, calificado con justicia como realidad de un futuro imparable.

Y la respuesta es no, nunca es tarde para hacer lo correcto, y sí, siempre es tiempo de poner en hora el reloj y parar la decadencia. Es el futuro, y no el presente, el que escribimos con nuestros actos.

Es hora de que la voz de los conquenses se escuche, una vez más, alto y claro, en demanda de lo que en justicia y por derecho nos corresponde. Es hora de denunciar el trato de subordinación y marginación que recibimos de esta Comunidad Autónoma.

Es el expolio del trasvase, el expolio de la emigración forzosa, la ausencia de infraestructuras e inversiones, la que está convirtiendo en un erial demográfico una provincia situada entre los grandes focos de actividad de Madrid y el Levante.

El cierre del ferrocarril, solo y únicamente en nuestra provincia, es una decisión, no la única ni la última, que nos aísla del mayor eje de prosperidad de nuestro país. Un nuevo agravio que se intenta justificar en el agravio anterior que es el abandono de la línea únicamente en la provincia de Cuenca. En lugar de saldar la deuda histórica con Cuenca que se inició con el trasvase, se aumenta hasta el extremo de ahogar el futuro de los conquenses en su tierra.

Y me indigna que se culpe a los conquenses de este estado de cosas, porque dicen que nos conformamos, porque dicen que ni protestamos ni tenemos iniciativa. Y yo me pregunto la razón por la que otros territorios obtienen por la mano lo que aquí se nos niega por sistema, y que nos obliga a un estado de movilización permanente frente a las decisiones de nuestros gobernantes que, debemos afirmar, no nos representan.

El próximo día 27 de marzo es una ocasión, ni la única ni la última, para que los conquenses digamos alto y claro, no en mi nombre.