Opinión

El Vítor: la fe que siembra futuro en los pueblos

El Vítor no es únicamente una tradición; es una herencia viva que un año más volvió a llenar de luz, canto y emoción las calles de Horcajo de Santiago. Esta celebración, declarada de Interés Turístico Nacional, hunde sus raíces en la devoción mariana más profunda: el dogma de la Inmaculada concepción de la Virgen, la misma que, según la leyenda, protegió a los tercios españoles en la batalla de Empel. Pero más allá de la fe, el Vítor es hoy también una enseñanza de comunidad, un recordatorio de que las cosas grandes surgen cuando los pueblos creen en sí mismos.

En esta edición, aunque la alcaldesa María Roldán no estuvo físicamente en el recorrido, su presencia se sintió en cada rincón. Porque su legado —su manera de entender el patrimonio, la tradición y la identidad rural— sigue latiendo en la gente. Ella sabe mirar más allá de las dificultades, ha trabajado para que su pueblo sea consciente de que conservar es también avanzar, y que defender lo propio no está reñido con abrir los brazos a quienes vienen a compartir camino. Su liderazgo es de convicción: la de quien cree que todo es posible cuando la fe se convierte en acción.

Gracias a ese espíritu representativo de un pueblo, hoy el Vítor no solo celebra la devoción, sino también el renacer de quien aprende a convivir entre la historia y el porvenir. En cada rostro que sostiene el estandarte, en cada familia que regresa o se incorpora por primera vez, late un mismo mensaje: seguimos aquí, y seguimos creyendo.

El sueño de repoblar los pueblos, de darles de nuevo vida y futuro, se nutre de la misma esencia que María Roldán sabe transmitir: la grandeza de servir, la humildad de sembrar y la esperanza que crece cuando se comparte. En esta fecha especialmente, las personas visitantes y los migrantes que llegan a estas tierras santiaguistas traen consigo nuevas semillas que germinan junto a las antiguas raíces. Todos son parte de un mismo milagro: el de la continuidad.

Por eso, cuando el Vítor ha recorrido una vez más las calles de Horcajo De Santiago, no solo ha conmemorado la fe del pasado: ha celebrado también la victoria de la fe en el presente, esa que hace posible que un pueblo humilde siga demostrando que con unidad, confianza y compromiso, todo puede florecer de nuevo. Si somos capaces de ver como existen lugares que sirven de faro, seremos capaces de recorrer el camino inverso para migrar de lo urbano a lo rural. El migrante no es solo aquel que se desplaza desde otro país, lo son también aquellas personas que creen que su vida tendrá mayor calidad en un pueblo que en una ciudad y que se desarrollará mejor con un movimiento físico hacia el lugar donde mejor puede conectarse con  la raíz de su identidad para germinar. No importa la edad ni el momento contextual de cada cual, ya que todos tenemos la capacidad de ser semillas y crecer con el territorio. Gracias al pueblo de Horcajo de Santiago por servir de faro y guía de buenas prácticas identitarias para el proceso de reversión hacia las zonas disponibles de España. 

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