Con Rubén Blades en la brújula y la canción de autor en el equipaje, Muerdo se subió al escenario del Cerro Molina para firmar, a falta de una cita, la mejor actuación de esta edición de Estival Cuenca por su riqueza musical y su verdad.
Con unas pinceladas de jazz y unas palabras de Jesús Quintero, “cuando uno está dispuesto a perderlo todo, empieza a estar en condiciones de ganarlo todo”, arrancó un viaje de rumbas, salsa, boleros y cumbias, Vestidos de colores para cantos de amor, justicia de libertad. En una de sus canciones más conocidas, Vas a encontrarte, Muerdo señala que todo se acaba colocando, aunque parezca que al puzzle le faltan piezas. El murciano insufló viento del sur para que todo encajara, desde lo más cercano, como su canto a Madrid, a las múltiples referencias a la música latinoamericana de la que tanto se ha empapado.
El repertorio de Muerdo estuvo cargado de lirismo, con referencias a Ángel González y un bello homenaje a Luis Eduardo Aute, que le apadrinó en sus inicios en el mundo de la música, con una versión de Prefiero amar.
Por otro lado, una semana después del autodenominado ‘stand up fascista’ de Andrés Calamaro en Uclés, el de Molina de Segura dio la réplica en el Museo Paleontológico de Cuenca con múltiples llamamientos a la libertad y la justicia, ecos del subcomandante Marcos (“Para todos la luz, para todos todo”) y una condena sin medias tintas al estado “genocida” de Israel. Las canciones cuando llegan a los centros no hay quien las arranque, no entienden de razones y se desentienden de la sinrazón del emisor. Si hablamos de canciones, necesitamos tantos Calamaros como Muerdos. Pero si hablamos de discurso, hacen falta más Muerdos y menos Calamaros.
El artista murciano transmitió al público de Estival una enseñanza que él aprendió, que es que todo lo que se crea en el interior y se proyecta es lo que uno atrae. Lo puso en práctica invitando a los espectadores a liberarse de pesos y a compartir su luz en un fin de fiesta que incluyó una canción compartida con los Pavana Dingo y unas escalofriantes coplas, con letras de José Martí y Martín Fierro, cantadas entre la gente, a golpes de corazón, sin más música que los latidos propios y ajenos. Fue un último mordisco, en el cuello, de esos que erizan el vello.
Así terminó una velada que había comenzado de la mejor manera, con el ritmo infatigable de los conquenses Pavana Dingo, que se confirmaron como uno de los grupos más en forma del panorama local con ese sonido latino y desenfadado que alegra al alma, lo que les convierte en uno de los indispensables de este festival al que le queda un último acto este sábado.
























































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